lunes, 25 de enero de 2010

LOS ABDONES

REFLEXIONES SOBRE JERÓNIMO ABDÓN
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Nuestra diplomada particular Carmen Cascón, a pesar de su juventud, tiene un extensísimo curriculum de publicaciones; gran parte de ellas sobre Béjar y sobre los bejaranos.
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Todas ellas corroboradas documentalmente, como buena historiadora que es, merced a las múltiples visitas a los archivos locales, municipales, provinciales, parroquiales y otros.
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Carmen Cascón en la Cueva de Navamuño con el Grupo de Montaña
"Los Pinreles".
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También es una activa colaboradora de este blog y, gracias a ello, se ha aficionado a investigar la vida y milagros de nuestro Jerónimo Abdón, ya suyo también, y, cada cierto tiempo, nos deleita con un artículo sobre él, que nos ayuda a conocerlo y a admirarlo más.
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El artículo que viene a continuación, lo ha publicado en el semanario Béjar en Madrid del día 15 de Enero de 2010.
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LOS ANTECEDENTES FAMILIARES DE UN BEJARANO NACIDO EN UNA CUEVA
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La historia del nacimiento de Jerónimo Abdón Gómez- Rodulfo puede ser un buen ejemplo de las narraciones marcadas por el miedo y la violencia surgidos a causa de la Guerra de Independencia.
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Pero comencemos perfilando un relato oportuno en el que consigamos ofrecer un contexto familiar y local apropiado para que entendamos mejor lo ocurrido.
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Béjar había conseguido echar el vuelo económicamente gracias a las manufacturas textiles que se habían prodigado durante todo el siglo XVIII. Los duques de Béjar, concretamente de la mano de las duquesas viudas Teresa Sarmiento de la Cerda y Mª Alberta de Castro y Portugal, consiguieron impulsar las artesanales técnicas textiles de la villa firmando un contrato con varios maestros extranjeros en 1691. Estos se comprometían “a pasar a la villa de Béjar y residir en ella, a imponer y ejecutar la fábrica de paños, bayetas, droguetes, estameñas, sempiternas, ratinas y otros géneros de lanas y enseñar su manufactura a los naturales del Ducado de Béjar que lo quisieren aprender”. El interés del señorío ducal no era más que ampliar los ingresos que les reportaban las alcabalas derivadas del monopolio del Tinte puesto en explotación por el propio ducado desde finales del siglo XVI. 

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Béjar en la Edad Media
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Con la llegada de los llamados “maestros flamencos”, la manufactura textil de la zona, originaria de la Edad Media, da un giro sustancial, clave y necesario para entender el desarrollo del que luego será sector económico preponderante de Béjar hasta finales del siglo XX. Y no sólo se verá beneficiada por la llegada de estos técnicos “venidos de lejos”, sino también por las contratas de paño para el ejército que a partir de este momento, y con la instauración de los Borbones, comenzarán a establecerse con la villa ducal al apoyar Cataluña en la Guerra de Sucesión al pretendiente austriaco. Según Ros Massana llegaron a Béjar entre 1691 y 1753 46 familias de extranjeros, entre ellos flamencos, franceses, ingleses y alemanes. Una parte importante ejercieron de maestros tintoreros en el Tinte Ducal, aunque no todos, pues algunos decidieron apostar por negocios fabriles propios o trabajar por cuenta ajena.
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Hacia 1750 los extranjeros habían llevado a cabo tan bien su trabajo de enseñar a los naturales la fabricación de toda clase de paños que los bejaranos se habían alzado con su dominio en la villa. Poco después y como muestra de ello, Diego López consiguió una real cédula de Carlos III por la que se le concedía autorización para ejercer la labor de tintado de manera privada en su manufactura, rompiendo el monopolio secular de la Casa Ducal. Sería el comienzo del fin.
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Pero, volvamos a la familia de Jerónimo Abdón Gómez- Rodulfo, personaje iniciador de nuestra pequeña narración. Los Rodulpho o Rodulfo presumían de ser originarios de Gante y uno de sus individuos, Juan Rodulfo Eclar, se había instalado como fabricante de paños en Béjar.
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Su introducción en la sociedad no fue en modo alguno traumática y, como muchos otros maestros extranjeros llegados a la zona, acabó casándose con una bejarana, Manuela de Ocaña y Herrera, en 1715. Su hijo, Juan Manuel, consiguió mantener el negocio familiar y, ya a finales del siglo XVIII, su nieto, Salvador Rodulfo, presumía de ser uno de los potentados fabricantes textiles de Béjar con tinte propio. Una de las nietas de Juan Rodulfo Eclar, Polonia, hermana a su vez de Salvador, se casó con Juan Gómez Muñoz de la Peña en 1784, uniendo dos familias de fabricantes textiles. En 1787 instalaron su manufactura en un edificio de nueva construcción en el sitio de Los Picozos. El hijo mayor del matrimonio Juan Gómez Rodulfo heredó la fábrica de sus padres e intentó mantenerla a flote en las duras jornadas de la Guerra de Independencia. En los primeros pasos de la contienda ya se especulaba con la importancia que Béjar tendría en los acontecimientos que sobrevendrían, por su situación estratégica y su importancia económica. Durante 1808 la guerra sólo se intuyó, pero en la primera mitad de 1809, las noticias hacen más cercanas a las tropas enemigas, se extienden las epidemias, comienzan a llegar heridos, las subsistencias se hacen escasas y los impuestos se elevan, por lo que el pánico cundió entre los bejaranos.
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Sabemos por Gabriel Rodríguez Bruno que muchos bejaranos decidieron huir a la sierra, aunque el flujo suponemos fue incesante a lo largo de la guerra. No sabemos cuándo Juan Gómez Rodulfo decide empaquetar sus bienes y encaminarse con su familia a los agrestes refugios que le ofrecía la naturaleza. Fuese antes o después, el caso es que Teresa Hernández Bueno, su mujer, estaba embarazada y da a luz a un niño en una cueva rocosa del valle de Navamuño el 30 de julio de 1809. Mientras el bebé da su primera bocanada, las calles de Béjar están siendo invadidas por 8.000 hombres pertenecientes a las tropas galas que violan, asesinan, saquean e incendian todo a su paso en un día terrible para la historia de nuestra ciudad.
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“Cuantos excursionistas han subido a las lagunas o a Navamuño, han pasado junto a la cueva donde se refugió la familia de don Juan Gómez Rodulfo, huyendo como todo el vecindario de la invasión francesa y puede asegurarse que no ha habido una sola persona que no le haya dedicado un recuerdo al pasar. Mirad - es la expresión – en aquella gruta de la izquierda nació don Jerónimo Gómez – y señalan la oquedad natural que dejan unos enormes peñascos en medio de una explanada de suave declive, antesala de Navamuño, entre este y la empinada pendiente por donde el río comienza a bajar entre peñas y una vegetación lujuriosa.”, relataba el Béjar en Madrid en 1922 a propósito de un recuerdo biográfico suyo. 

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Placa conmemorativa colocada en la Cueva de Navamuño
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El día 4 de agosto los franceses se retiran y, unos días después, el 6 de agosto de 1809, el niño es bautizado en la iglesia de San Juan Bautista poniéndosele los nombres de “Jeronimo Abdon, hijo legitimo de Juan Gomez y de Teresa Hernandez Bueno·”. 
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Dos vistas de la Cueva de Navamuño
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Este niño, con el tiempo, lograría mantener y expandir el negocio paterno, siendo uno de los fabricantes más importantes del siglo XIX y cabeza de una gran familia que ha llegado hasta nuestros días. Su nombre y su recuerdo no se ha perdido, pues sus descendientes colocaron no ha mucho una pequeña lápida con su nombre en la cueva que le vio nacer hace 200 años en este pasado mes de julio de 2009.
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Mª del Carmen Cascón Matas
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Nota: Mi agradecimiento a Jerónimo Gómez- Rodulfo por infundirme interés sobre la persona de su antepasado y enseñarme el lugar de su nacimiento.
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FUENTES DOCUMENTALES Y BIBLIOGRAFÍA:
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A. P. San Juan Bautista. Libro de bautismos nº 9. Fol. 237 v (consignación de su partida de nacimiento), así como libros de casados y bautizados correspondientes a la primera mitad del siglo XVIII.
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Blog “Los Abdones” en Internet cuyo autor es el mencionado Jerónimo, dedicado enteramente a la familia Gómez- Rodulfo.
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CASCÓN MATAS, M C y GONZÁLEZ HOYA, O: Un recuerdo de la ocupación francesa de Béjar en el segundo centenario del comienzo de la Guerra de Independencia Española (1808-2008) Especial Béjar en Madrid, 2008.
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RODRÍGUEZ BRUNO, G. E.: Béjar y la Guerra de Independencia. Ed. Rodríguez Bruno, G. E. Béjar, 1993
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ROS MASSANA, R: La industria textil lanera de Béjar (1680- 1850). La formación de un enclave industrial. Junta de Castilla y León, 1999.
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SÁNCHEZ MARTÍN, J. R.: Industria textil y fábricas de Béjar. Especial Béjar en Madrid, 2005.
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LOS ABDONES

CUMPLEAÑOS
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Esta vez se trata del cumpleaños de uno de los abdones de la generación del 40.
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Luis Gómez-Rodulfo Barbero ha cumplido 68 años (que no lo sepa nadie) y su hija Laura ha organizado una comida de homenaje para celebrarlo, con los hermanos, hijos, nietos y amigos, con los que se pasó un día muy agradable.
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En las fotos, dos momentos de la celebración.
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Pues, Luis, ¡Muchas Felicidades! y por muchos años.
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domingo, 17 de enero de 2010

LOS ABDONES

UN NUEVO ABDÓN
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El día 28 de Diciembre de 2009 (no es una inocentada), ha nacido un nuevo Abdón.
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Esta vez en la familia Rivas Téllez (Pedazo de familia, según el cabeza, y que yo corroboro).
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Se trata de Alfredo Porras Rivas.
Sus padres son Antonio Porras Godino y Patricia Rivas Téllez.
Sus abuelos Emilio Rivas Quesada y Carmen Téllez Gómez-Rodulfo.
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Foto de Alfredo con sus hermanos Laura y Manuel
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En esta foto están los "pedazos de abuelos" (los que están sentados), aunque la abuela parece la hermana mayor.
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Felicidades y un fuerte abrazo al niño, a los padres y a los abuelos,
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martes, 5 de enero de 2010

LOS ABDONES

EL PASO DEL TIEMPO
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En otros capítulos hemos dado fe de altas y bajas de Abdones y amigos, pero, en este, vamos a dar constancia del paso del tiempo y de cómo este nos va mejorando.
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La familia de Abdones que traemos hoy a estas páginas es un digno ejemplo de esta mejora.
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Entre el medio fotomatón primero y la segunda foto, no solo ha pasado algo de tiempo.
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Dos señores padres y tres señores hijos de los que nos sentimos todos muy contentos de ser parientes.
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EL MÁS ALLÁ

MÁS ALLA DE LOS ABDONES
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Hoy se abre un nuevo espacio en este blog que titulamos "Más allá".
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No va a estar protagonizado por Iker Jiménez ni va a tratar de extraterrestres, sino que va a traer personajes que no descienden de Jerónimo Abdón, pero que están ligados indiréctamente a Los Abdones, bien por ascendientes comunes, bien porque tengan nombres, apellidos o procedencias similares, o también, porque así lo determinen la dirección o los lectores de este blog.
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En resumidas cuentas: porque a unos o a otros nos dé la gana.
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En este primer capítulo, traemos a un personaje que, en su día, fué un importante militar español, cuya historia nos ha sido facilitada por nuestra amiga Teresa (sin más; quiere guardar el anonimato aunque es una gran colaboradora del blog) y el tiempo va borrando su memoria.
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Que por nosotros no sea.
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D. ALEJANDRO RODRIGUEZ ARIAS Y RODULFO
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En el centro entre la infanta Eulalia de Borbón (tía de Alfonso XII) y su esposo Don Antonio de Orleáns duque de Galliera. Con uniforme de Teniente General D. Alejandro Rodríguez Arias. (fotografía realizada en la Habana en Mayo de 1893.
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D. Alejandro con uniforme de General
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Datos extraídos de la revista de Historia militar num. 52 de 1982. Autor Valeriano Gutiérrez Macias.
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Se distingue Ceclavín por sus preclaros varones y uno de los más importantes fue Alejandro Rodríguez‑Arias y Rodulfo, que llegó a escalar la más alta jerarquía militar.
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Nació el día 26 de febrero de 1838. Era hijo legítimo de don Nicolás Rodríguez Arias, administrador de la Encomienda y de doña Petra Rodulfo, naturales de la localidad. Alejandro fue el más pequeño de una familia numerosa integrada por siete vástagos.
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Dada su vocación por la carrera de las armas, bien pronto manifestada, desde el día 20 de julio de 1853, Alejandro sirvió de Cadete en el Colegio de Segovia hasta el 18 de diciembre de 1855. Salió de Subteniente alumno de la Escuela de Aplicación, establecida en la capital castellana, que es cuna de la artillería española.
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El 14 de julio de 1857 ascendió a Teniente de Artillería y fue destinado al 50 Regimiento de a pie, de guarnición en Madrid, la capitalidad del Reino.
Por Real Orden de 24 de diciembre de 1858 ascendió a Capitán y fue destinado al Departamento de La Habana. El día lo de abril de 1861 embarcó con su Compañía para la capital de Santo Domingo, formando parte de la Brigada expedicionaria que iba al mando del Brigadier don Antonio Peláez y Campomanes. Tuvo diversas vicisitudes y con motivo de la sublevación ocurrida en la isla de Santo Domingo, se embarcó con dirección a Puerto Plata. Por su actuación en estos hechos, se le concedió mención honorífica.
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El Capitán Rodríguez‑Arias concurrió a los encuentros y acciones de Hojas Anchas y toma de Santiago de los Caballeros, cuya actuación le valió ser citado muy honrosamente en el parte oficial y en la Orden General del Cuerpo del Departamento de La Habana. Por su brillante comportamiento en aquel combate se le concedió el empleo superior de Comandante de Artillería.
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En 1864, formó parte de la División mandada por el Mariscal de Campo don José de la Gándara. Se halló en los combates de Gondillo, Malla Huayaba y paso del Monte Fundación. Por su comportamiento en las acciones llevadas a cabo, se le volvió a recompensar nuevamente otorgándosele el empleo de Teniente Coronel. Hay que especificar que fue citado en términos muy elogiosos en el parte que dio el Mariscal de Campo, don Eusebio Puello, concediéndosele la Cruz sencilla de Carlos III.
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También hay que ampliar su participación en otras numerosas acciones de guerra con el mismo comportamiento.
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El año 1866 ‑15 de febrero- Rodríguez‑Arias pasó a la Península a continuar el servicio.
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Las guarniciones de Vitoria y Zaragoza registraron su presencia. Marchó después destinado, de nuevo, al Ejército de Operaciones de la isla de Cuba y fue Jefe de la Columna Volante de Santa Clara y Cienfuegos.
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En 1870 fue elegido ‑por sus excelentes condiciones de mando y pericia militar‑ para colocarse al frente del Batallón de Voluntarios de Zaragoza.
Durante los meses de julio, agosto y parte de septiembre estuvo, por orden superior, desempeñando el despacho de la Comandancia General de Operaciones de Sancti‑Spíritus y Morón Mereció que por el Brigadier propietario don Adolfo Morales de los Ríos se elogiase de oficio el celo con que había desempeñado la comisión de servicios, en la que cesó para volver a tomar el mando de su Batallón. Persiguió al cabecilla Dorado, matando a su segundo, Primitivo Morgado, en el ataque que le dio el 29 de dicho mes en Cieguito de las Parras. Hirió de consideración al cabecilla, dando muerte a los demás y causando multitud de heridos, siendo sus bajas, tres muertos y cinco heridos. Continuó de operaciones, en la persecución de las partidas, causándoles muchos prisioneros y muertos. Por todos estos servicios, alcanzó la recompensa de ascenso a Coronel.
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El distinguido militar extremeño Alejandro Rodríguez‑Arias siguió mandando columna. Sacó familias de los montes, logrando se le presentasen muchas y tener limpia su zona de partidas de insurrectos, hasta que la invadió el cabecilla Villamir, a quien persiguió y alcanzó el 9 de marzo de 1871 en Monte de la Ceniza, donde tenía el campamento. Le derrotó y causó muchos muertos, cogiendo varias armas de fuego y blancas y más de cien caballos y mulos.
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En fin de abril del citado año, Rodríguez‑Arias causó baja en el Tercer Batallón de Voluntarios de Barcelona por haber sido nombrado Jefe de la 3 a Línea de Puertos y Columnas, al Oeste de la del Ciego. En 26 de mayo se le nombró Jefe de la Trocha Militar del Ciego de Ávila, en cuyo puesto cesó a fines de agosto. Por su actuación en estos servicios se le concedió otra Cruz Roja del Mérito Militar.
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También formó parte como Vocal de Consejos de Guerra de Oficiales Generales que debían celebrarse en la Capitanía General de la isla de Puerto Rico.
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Evacuada esta Comisión, volvió Rodríguez‑Arias a La Habana el 13 de enero de 1872 y fue nombrado Primer Jefe del Regimiento de Infantería de la Corona, número 3, de cuyo mando tomó posesión y se enroló en la Columna de Operaciones, concurriendo a la acción de Pinalito y encuentros de Brazo Mato.
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Después pasó a tomar el mando de la Columna de Ingenieros. Hay que poner de relieve las operaciones por las jurisdicciones de Cuba, Guantánamo y Holguín a las órdenes del mencionado Brigadier, asistiendo a los pequeños encuentros habidos con el enemigo en el Toro, montes de Aguacate y Santo Domingo en los días 8, 9 y 10 de abril y en la acción empeñada con el enemigo en Arroyo Jaguello en la Valúa de Banes.
Destaquemos las operaciones con Batallones de San Quintín (insular) y los peninsulares de Alcántara hasta agosto de dicho año y se le designó Jefe de la Zona del Cobre, teniendo a sus órdenes el Regimiento de la Corona, el Batallón de Cazadores de Alcántara y los Tercios de Cañizal.
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En septiembre operó por Palma Soriano, Tempu, Aguacate, Guarínáo y Romanganaguas. Persiguió una fuerte partida insurrecta que se acercó a Santiago de Cuba, encontrándola y batiéndola completamente en las cabezas de Arroto Berraco causándole muchas bajas al enemigo y ocupándole los caballos y efectos.
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Por estas acciones e importantes servicios fue agraciado con otra Cruz Roja del Mérito Militar y propuesto al Gobierno de la Nación para su ascenso a Brigadier.
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Rodriguez‑Arias fue designado Jefe de Operaciones de la Zona Militar de Sagua de Panamos. Esto nos lleva a hacernos eco de sus nuevas acciones y la persecución activa del enemigo.
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Por Orden del Ejército fue a encargarse de la Comandancia General y enseguida de la Columna de Reserva con la que salió de operaciones, encontrando y batiendo al enemigo en la acción de las Cuchillas de Palma Soriano, hasta que lo batió por completo con los mayores resultados, pues, además de dispersar completamente al numeroso enemigo que pretendía invadir y quemar las zonas de ingenios y cultivos, se le causaron bajas considerables, destruyendo sus rancherías y viandas y cogiéndole más de 50 prisioneros de ambos sexos.
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Seguidamente es nombrado Jefe en Comisión de la 3ª Brigada con Cuartel General en Bayamo.
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Continúan las grandes vicisitudes y prestación de ‑magníficos servicios de Rodríguez‑Arias hasta caer enfermo de garganta. Entonces entregó reglamentariamente el mando de la Brigada, trasladándose a Santiago de Cuba. Obtuvo ocho meses de licencia para pasar a La Habana. Mereció señaladísima distinción, e interesado el Capitán General de la Isla, don Joaquin Jovellar y Soler de sus servicios, lo propuso ‑hasta tres veces por telégrafo‑ para el ascenso a Brigadier.
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Por Orden del Ejército de Cuba fue nombrado Comandante Genera¡ interino de la 3a División de aquel Ejército, trasladándose con tal motivo a Santa Clara y después a Sancti Spíritus, recorriendo las jurisdicciones a su cargo y dirigiendo la persecución de las partidas enemigas.
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En 5 de junio cesó en dicho cargo y se le nombró por Orden General, Comandante General de la Brigada de las Villas Occidentales que comprendían las juridicciones de Sagua, Cienfuegos, Santa Clara y Trinidad.
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En 1874 ascendió Rodríguez‑Arias a Brigadier.
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En 1875 regresó a la Península, En noviembre fue destinado a las inmediatas órdenes del General en Jefe del Ejército de Cataluña, don Arsenio Martínez Campos, para ser empleado en una de las Brigadas del Ejército de la derecha del Norte, confiado poco después a dicho General y destinado que fue por Real Orden a la Primera Brigada de la Primera División del Segundo Cuerpo del Ejército. Se incorporó en Fuente la Reina el 10 de enero de 1876. Prestó el servicio de su elevada clase, asistiendo y dirigiendo las señaladísimas acciones de 30 de enero con tres Batallones de la Brigada contra ocho de Carlistas, mandados por el titulado General Perula en el río Arga y Artazu, la cual duró doce horas con objeto de simular un ataque a este pueblo y posiciones de Santa Bárbara, mientras el General Comandante en Jefe del 2º Cuerpo del Ejército de la Derecha, don Fernando Primo de Rivera, atacaba y tomaba en dicho día el Castillo de Santa Bárbara, de Ateyza. Por su brillante comportamiento en esta acción mereció que el General de la División don José Chacón, y el del Cuerpo de Ejército lo mencionaran honrosamente en los partes oficiales y que se le concediera la Gran Cruz Roja del Mérito Militar por Real Orden de 9 de abril de 1876.
Hay que dejar constancia de que destinada su Brigada a distraer las fuerzas Carlistas que cubrían Santa Bárbara, Artazu y Girguillano, mientras el resto del Cuerpo de Ejército se dirigía a Estella por la parte de Oteyza, salió con ella el 17 de febrero simulando establecer un puente militar sobre el río Arga, empezando con este motivo un combate de muchas horas. Consiguió atraer numerosas fuerzas del enemigo contra la suya con lo cual protegió, y no poco, la toma de Montejurra el mismo día y la de Estella al siguiente.
Siguió en operaciones al frente de la Brigada hasta la terminación de la Guerra. El día 4 de marzo recibió órdenes del General en Jefe del Ejército de la derecha para que con tres Batallones de su Brigada se dirigiese en marchas ordinarias a Barcelona, a cuya plaza llegó el 25 del propio mes.
Por Real Orden de 11 de abril fue nombrado Jefe de la 2 a Brigada de la 1 a División del 20 Ejército, de la que se hizo cargo y, con este motivo, quedó en la capital de Cataluña, prestando el servicio propio de su clase hasta que paso nuevamente al Ejército de Cuba en virtud de Real Orden de 1 0 de octubre, embarcándose en Cádiz el 15 de noviembre y, al arribar a La Habana, se incorporó en seguida a su destino de Comandante General de Trocha, para el que había sido nombrado en Orden General del Ejército de 5 de noviembre.
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Rodríguez‑Arias fue promovido a Mariscal de Campo en 1877 y a Teniente General al año siguiente.
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El gallardo soldado fue Capitán General de la isla de Cuba donde ejerció su mando con gran arrojo y singular tacto.
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Rodríguez‑Arias pasa más tarde a la Península. Ocupa la Capitanía General de Cádiz. Después desempeña los altos cargos de Capitán General de Andalucía y Madrid y Subsecretario del Ministerio de la Guerra, siendo el Teniente General don Manuel Cassola, Ministro de la Guerra en 1887 (1).
La Reina Madre, doña María Cristina de Habsburgo‑Lorena ‑que rigió los destinos de España durante la minoría de su hijo don Alfonso XIII‑ le requiere para designarle Ministro de la Guerra, cargo que Rodríguez‑Arias rehúsa. Entonces la Soberana ‑de la que afirmará el gran novelista asturiano Armando Palacios Valdés que "jamás se ha sentado sobre el trono español mayor suma de dignidad, sensatez y rectitud"‑ que le tenía singular afecto, le nombró Capitán General y Gobernador de la isla de Cuba.
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(1) Don Manuel Cassola y Fernández, Teniente General y político (1838‑1890) que tomó parte en las campañas de Cuba y Santo Domingo hasta la paz de Zanjón. Fue Diputado‑ Senador por Canarias. Cassola y Rodríguez Arias nacieron el mismo año. Fernando‑María Puell de la Villa, Capitán de Infantería y Licenciado en Historia, ha estudiado las reformas que en materia de orgánica militar presentó en el Congreso de los Diputados el día 22 de abril el Teniente General Cassola, Ministro de la Guerra desde marzo de 1887 a junio de 1889.
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También vieron la luz primera en 1838 los Generales don Camilo García de Polavieja y del Castillo, que murió en 1914 y don Valeriano Weyler y Nicolau, que falleció en 1.930. El primero ingresó en el Ejército de soldado y llegó a Capitán General, publicó las obras «Mi política» y «Hernán Cortés». El segundo alcanzó la Laureada de San Fernando en juicio contradictorio y también llegó al empleo mayor del Ejército.
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Una vez más, Rodríguez‑Arias embarca para la Gran Antilla. Es su cuarto y último viaje. Allí se hace cargo del gobierno de la isla que lleva con gran sagacidad y prudencia.
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Cuba es una isla tan bella como atractiva, nación de palmeras, de vida de gozo y de placer, siempre digna de recordar...
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Hay que anotar en honor del distinguido militar extremeño que en las operaciones en que intervino desbarató en pocos días la guerrilla del caudillo insurrecto Agüero, al que hizo prisionero.
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Especifiquemos que Rodríguez‑Arias recibió la visita de la Infanta Eulalia de Borbón, hija de Isabel 11 y de Francisco de Asís, que quedó encantada del trato tan exquisito de que fue objeto durante su estancia.
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La Infanta Eulalia y su esposo, don Antonio de Orleans, Duque de Galliera, hicieron un viaje a La Habana en 1893. Se alojaron en el Palacio de los Capitanes Generales, del que se afirma que tenía exceso de adornos.
Esta noble dama fue la única Infanta de la Casa Real Española que visitó Cuba. Llegó a La Habana a bordo del trasatlántico "Reina María Cristina" en la tarde del 8 de mayo de 1893 de paso para los Estados Unidos de Norteamérica, a donde se dirigía en representación del Gobierno Español para asistir a los actos conmemorativos del IV Centenario del descubrimiento de América en las grandes fiestas organizadas.
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Una de las principales fiestas en honor de la Infanta fue la que ‑por su distinción y gusto‑ le ofreció el Capitán General Rodríguez‑Arias.
Las impresiones que se llevó de La Habana la Infanta Eulalia las reflejó en sus "Memorias", que vieron la luz pública en 1931.
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" La Habana ‑anotaba‑ es una rica ciudad, espléndida, galante, hecha al derroche, a la suntuosidad y al lujo, a las elegancias europeas y al señorío criollo.
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La Habana nos hizo un recibimiento cálido, afectuoso y simpático, sin severidad formularia, pero lleno de emoción, como son los cubanos".
Indudablemente la Infanta Eulalia se hallaba en posesión de una pluma delicada.
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Muy poco tiempo después, el heroico soldado Rodríguez‑Arias ‑que milagrosamente salió ileso de los múltiples combates en los que participó, ya que tomó parte activa en todas las operaciones‑ muere vencido por el clima de los trópicos donde tantos años le tocó combatir.
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A este General podríamos llamarle muy bien "antillano", ya que fueron las Antillas testigos de buena parte de sus magníficos servicios y de su brillantísima y ejemplar conducta. Casi toda su carrera militar la hizo en Cuba.
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El Capitán General Rodríguez‑Arias era un hombre extremadamente grueso. Prototipo de valor y pericia militar. Sin sus virtudes castrenses no hubiera logrado los triunfos que alcanzó en la campaña antillana.
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Falleció en Cuba en 15 de julio de 1893, cuando era Capitán General de la Isla. Contaba 55 años y podía haber dado aún muchos días de gloria a su Patria y a su tierra.
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Nos hallamos, pues, ante una esforzada vida militar desde el escalón de mando de Teniente, pleno de virtudes ‑de gran valor y muy eficiente‑ que tanta honra otorga a Extremadura, España y al Ejército español.
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En Rodríguez‑Arias, hay que poner de relieve su valeroso y distinguido comportamiento y su reciedumbre extremeña, su amor a la patria chica, Ceclavín, donde quiso ser enterrado. Muere en La Habana y sus restos mortales fueron traídos por expreso deseo suyo a su pueblo natal en el que reposan rodeados del recuerdo cariñoso de los ceclavineros, que siempre tienen frases de admiración para el ilustre antepasado.
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El General Rodríguez‑Arias, aún siendo de estado soltero, jamás se olvidó de su familia. Fue un hermano y tío modélico que ayudó a todos los suyos con su consejo y orientación y con la mayor largueza y generosidad que nunca les faltó.
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Siempre, en todos los cargos que desempeñó, resplandecieron su rectitud y honradez, suprimiendo las prebendas y sinecuras que les fueron ofrecidas.
En pleno ejercicio de sus importantes mandos escribía cartas a sus primos, preocupándose de todo el entorno local, hasta de su patrimonio, del estado de las cosechas, etc. Sorprendía por el acendrado ceclavinismo de que daba constantemente muestras (2).
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(2) La devoción por la tierra que le vio nacer y a la que volvía siempre que se lo permitían sus obligaciones, unido a su condición de amante de la buena mesa, le movió a tener cocinera de su propio pueblo cuando estuvo en la Corte para obsequiar a sus amistades con platos típicos de Extremadura y de su patria chica, principalmente el frite extremeño y los dulces de Ceclavin, que gozan de justa fama.
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Entre sus distinciones más importantes hay que consignar las Grandes Cruces de Isabel la Católica, la de San Hermenegildo y Encomienda y Placa de Carlos III.
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Gozaba de la absoluta confianza de la Reina doña María Cristina y, a propuesta de ella, una de las distinciones con que se le enalteció fue la de la Gran Cruz de la Corona de Hierro, del Imperio Austriaco.
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Para perpetuar la memoria de Rodríguez Arias, el Ayuntamiento de Ceclavín le hizo la señalada distinción de declararle Hijo Predilecto, le dedicó una calle, habiendo colocado una lápida en el salón de sesiones de la Casa Consistorial.
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En Rodríguez Arias hay que señalar sus ascensos rápidos por méritos de guerra y que fue uno de los artilleros más jóvenes que alcanzó el generalato cuando contaba 36 años de edad. Hay que subrayar su lealtad a la Reina y poner de relieve que no le interesó nunca la política. Por ello rehusó la prueba de confianza que se depositó en él cuando la Augusta Señora quiso hacerle Ministro de la Guerra. Manifestaba siempre, y con verdadera satisfacción y orgullo, que era militar ante todo.
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Hombre inteligente y culto, contaba con una de las buenas bibliotecas de su tiempo. También demostró su amor e inquietudes por las bellas artes y disponía de una buena colección de obras pictóricas.
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Rodríguez Arias tuvo el aprecio de Maura. Este gran político mallorquín se valió de los informes del ilustre General para sus trabajos y planes.
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Conviene especificar que el invicto soldado extremeño vió en los planes de Maura el modo de apagar la hoguera de rencores que alimentaban contra España los hijos de la isla cubana..