ADIÓS, SÁNCHEZ-OCAÑA
El pasado viernes, 11 de septiembre de 2021, Óscar Rivadeneyra, me regaló esta bonita acuarela de la calle Mayor de Sánchez-Ocaña, de Béjar. Concretamente centrada en el número 18, en el que ha sido hasta este verano la casa familiar de mis padres, de mis hermanos y mía.
Al principio vivíamos en La Carrera, pero hará unos setenta y tantos años nos cambiamos al 2º derecha de este edificio, donde ya nacería nuestro hermano Chago, del que hemos llevado las cenizas al panteón familiar el lunes, día 20 de Septiembre de 2021.
Digo setenta y tantos años porque no recuerdo bien la fecha y no tengo ganas de investigarla, pero debieron ser setenta y muchos porque sí recuerdo que me llevaron en brazos. No sé quién, pero lo recuerdo casi como si fuera hoy. Posiblemente Joaquina, que parecía pequeña y enclenque pero debía tener una fuerza y una vitalidad sobresalientes.
Tampoco yo debía pesar demasiado, porque no tenía todavía la barriga que echamos muchos españoles a cierta edad y que la llaman “la curva de la felicidad”, pero esa caminata de casa a casa con un crio en brazos no debió ser un plato de gusto.
Tengo pocos recuerdos de esa época en la nueva casa. Me imagino que echaríamos en falta la posibilidad de estar todo el día en la calle, gateando por el muro del Palacio de los Duques, que entonces no sabíamos que lo era o de subir a casa de Manolo Zúñiga, que vivía en el piso de encima, compararnos con Fausto, el Gigante de la Calzada, que trabajaba en el Molino de Pichón que era del padre de Manolo.
Decía mi madre que no podía ser porque era muy pequeño, pero tengo muchos recuerdos de esos años y de esa casa.
Vino Raimundo Faure a ponernos una inyección para algo y salimos corriendo a la calle. Con esa edad, yo corrí hacia la Plaza Mayor, que está al lado, y no sabía volver. Me rescató una de las chicas de casa.
Había cerca una mujer que seguramente sería joven pero que a nosotros nos parecía muy mayor porque decían que era bruja. La pobre debía estar algo trastornada y se vestía de manera estrafalaria, con un gran lazo de colores chillones en la cabeza. Se llamaba Catalina y corría detrás de nosotros, seguramente porque nos meteríamos con ella. Desde entonces no me ha gustado nunca este nombre. Hay poblaciones que tienen como patrona a Santa Catalina de Sena o a Santa Catalina de Alejandría, de la que una Zúñiga de la Edad Media trajo la primera imagen desde Nápoles a Salamanca, pero en mí no ha cuajado nunca este nombre.
Además mi madre nos cantaba esta canción:
-Catalina, mi vecina, chinchirinchín
-mujer de mucho aparato, tan pirulé como tan pirulá olé y olá
-se comió la longaniza, chinchirinchín
-y le echó la culpa al gato, tan pirulé como tan pirulá olé y olá.
El murallón que teníamos frente a casa era una constante invitación a subirnos por él, por el aliciente de la subida y por las plantas de anís que nacían entre las piedras. Mucho después supe que eran hinojo, pero nosotros las llamábamos anís. Luis se atrevía a subir mucho más que yo, pero tampoco podía llegar muy alto porque doña Olimpia, la madre de Paco Manzanares le veía desde su casa, llamaba a nuestra madre y se lo decía.
Estaba yo sentado en el caño frente a casa con mis elucubraciones y, al ver pasar a una persona que me parecía mayor aunque no debía sobrepasar los 15 ó 16 años (lo sospecho porque ahora es poco mayor que yo) pensé: “Este hombre tiene cara de perro”. El pensamiento debió ser tan fuerte, que el hombre se me acercó y me dio un bofetón.
La galería de casa estaba orientada hacia la estación del ferrocarril. En aquella época era costumbre entre los viajeros decir adiós con los pañuelos a través de las ventanas que daban hacia Béjar. Yo pensaba que me lo decían a mí y, desde de la cristalera, empinándome para llegar, les decía también adiós con mi mano. Más tarde, cuando cogí alguna vez el tren hacia Salamanca, no se me ocurrió nunca sacar el pañuelo. Seguro que Béjar me lo perdonó porque no me ha guardado rencor.
En la nueva casa, los recuerdos son muchísimos, pero ya desde un poco más mayor. Ya jugábamos Luis y yo partidos de fútbol en el pasillo o en la galería, con grave perjuicio para los geranios que nuestra madre tenía que reponer con cierta frecuencia. También los jugábamos al aire libre, en el balcón de la galería.
Allí jugábamos a todo y se nos caían cosas, unas veces al corral de los Cid y otras al tejadillo del piso de abajo. En este caso no había problema, saltábamos la barandilla y, agarrándonos a uno de los barrotes, nos inclinábamos hasta recuperar el objeto caído. ¡A tres pisos de altura! Ahora me tiemblan las piernas cada vez que me acuerdo, como el día que Luis se pasó a la casa vecina de los Cid, desde este balcón, entrando por un ventanuco y agarrándose al canalón que, milagrosamente, le aguantó el peso.
Naturalmente no todo eran aventuras. Mis hermanas eran muy cantarinas y de vez en cuando componíamos canciones o estrofas sueltas aprovechando cualquier pequeño acontecimiento:
¡Lo que hizo la E!
¡Lo que hizo Susí!
O, utilizando el soniquete de las canciones populares que cantaban y vendían los buhoneros por las calles:
-Era el mejor día del año
-cuando más brillaba el sol
-una manada de cerdos
-saltaba de flor en flor.
…………………………
-¿A qué venís hijos míos?
-¿Venís a por la matanza?
-No señora, no señora,
-¡venimos a asesinarla!
…………………………..
La continuación no es apta para personas sensibles.
No hay espacio en este artículo para recordar tantos años vividos, por lo que voy a optar por presentar algunas fotos de las que, a lo largo del tiempo, se han ido produciendo y que no suponen un resumen exhaustivo. Hay muchísimas más y a lo mejor más representativas, pero son las que tengo ahora a mano.
Otra acuarela de Óscar.
Aquí aparece la casa con la fachada sur.
Y aquí, vista desde El Castañar.
Cuando aprenda a quitar bien los cables, lo haré.
Vista del Monte y de la Sierra desde la galería sur.
Nuestra primera casa, en La Carrera.
Aquí está mi nieto Marcos charlando con Óscar Rivadeneyra.
A la izquierda se adivina la casa de Sánchez-Ocaña 18, junto a la Plazuela de Gómez Rodulfo (sin guión).
Otro permanente, el tapiz del salón.
Y hablando de tapices, los de Susi.
La primera composición familiar al completo.
Y otra que hice de los padres.
La familia al completo celebrando las Navidades en el comedor tirolés que dio tanto juego.
Esta es la última foto de familia donde estamos los seis hermanos, en el salón.
Otras dos reuniones familiares con el mismo decorado.
Y esta debió ser la última.
En el salón había varios ambientes.
Con muebles de distintos estilos.
Quizá uno de los muebles que más pena me ha dado dejar.
La lumbre artificial la traje de Bilbao y calienta bien, bien.
Soplando las velas en su 70 cumpleaños.
En esta celebrábamos, sin saberlo, su último cumpleaños.
75 añitos.
Aquí estamos preparando la venta del piso con Juanjo Delgado Calzada y María Jesús Hidalgo Mateos, con Manolo Delgado como testigo acompañante.
Y el punto final, la firma en la Notaría el 17 de Febrero de 2021.
1 comentario:
Simpática la figura de Marcos hablándole a Óscar en una de las fotos.JZR.
Publicar un comentario