sábado, 9 de noviembre de 2024

Historia medieval de España y Extremadura

     Historia de una parte de la Edad Media en España y Extremadura a través de las familias Zúñiga, Pimentel, Monroy, Solís, Carvajal, Sotomayor y la Orden de caballería de Alcántara.

          Resumida del libro de Domingo Sánchez Loro “El parecer de un Deán”, editado en 1959 por Publicaciones del Movimiento, sobre don Diego de Jerez, servidor de los duques de Plasencia, consejero de los Reyes Católicos y Deán protonotario de la Catedral de Plasencia.

 

Don Diego López de Zúñiga.

Hijo de don Íñigo Ortiz de Zúñiga, señor de las Cuevas y de doña Juana de Orozco, servía a Juan I, rey de Castilla, de la familia Trastámara, hijo de Enrique II y doña Juana Manuel de Villena, que fue padre de Enrique III y de Fernando I de Aragón (La esposa de Juan I era doña Leonor de Aragón por lo que don Fernando heredó este reino).

Le nombró Gentilhombre de la Cámara y Justicia Mayor del Reino.

Conservó su grandeza en el reinado de Enrique III y fue tutor de su hijo Juan II.

Enrique III, que no confiaba en su esposa doña Catalina y sus privados, mandó en su testamento que su hermano don Fernando compartiese con ella el gobierno de Castilla y que su hijo, el futuro Juan II, quedara al cuidado de don Diego López de Zúñiga, con otros dos nobles.

     El rey Juan II de Castilla

          Don Diego López de Zúñiga era alcaide del castillo de Burgos y del de Peñafiel, donde custodió a tres hijos del rey don Pedro, hermano y anterior a Enrique II. Guerreó contra los moros en la tala de Ronda, en la villa de Setenil, en el castillo de Almonte y en el sitio de Antequera.

          Quedó en entredicho al entregar al Rey niño a la reina por 12.000 florines.

          En 1396 recibió el señorío de Béjar por Enrique III y en 1432 el de Monterrey por Juan II.

          Parece ser que don Diego descendía de los reyes de Navarra y moraba en el Valle de Stúñiga, su solar conocido.

          Casó con doña Juana de Leyva y engendraron siete hijos:

          Don Pedro López de Zúñiga, primogénito y mayorazgo heredero, que casó con doña Isabel de Guzmán, señora de Gibraleón. Año 1407.

          Don Diego López de Zúñiga, conde de Monterrey por su mujer doña Elvira de Viezma.

          Don Sancho de Zúñiga, que no tuvo hijos.

          Don Íñigo Arista de Zúñiga, mariscal de Castilla, progenitor de los condes de Nieva.

          Don Gonzalo de Zúñiga, obispo de Plasencia y de Jaén.

          Doña María de Zúñiga, casada con don Diego Pérez Sarmiento, señor de Salinas.

          Doña Leonor de Zúñiga, camarera de doña Catalina, casada con don Alonso Pérez de Guzmán, señor de Ayamonte.

          Tuvo también dos hijos naturales: don Íñigo Ortiz de Zúñiga y don Diego Ortiz de Zúñiga.

          Falleció en 1417 y fue sepultado en Valladolid en el convento de la Trinidad que él edificó a su costa.

Don Pedro López de Zúñiga.

Nacido en 1384, sucedió a su padre, don Diego, en su casa y como Justicia Mayor del Reino. Sirvió de prenda, en 1392, para el cumplimiento de los acuerdos en las cortes de Burgos.

          Por medio de su esposa, doña Isabel de Guzmán, fue alcalde mayor de Sevilla como lo había sido su suegro don Alonso Pérez de Guzmán. Además, señor de Gibraleón, Olvera y Ayamonte.

          Ganó a los moros el castillo de Almonte y la villa de Ayamonte en 1407, dándole Juan II este castillo por merced. Taló huertas y viñas en Ronda, estuvo en la conquista de Antequera y en la tala de la vega de Granada. Destacó en la batalla de Sierra Elvira en 1431 e hizo otras cosas de valor que le dieron buen renombre.

          Formó parte de uno de los tres grupos de nobles que asistían, cuatro meses cada grupo, en la Corte.

          Servía al rey Juan II con 600 lanzas en trances apurados y puso su estado y persona al lado del Rey en esa época de banderías. Tiempos duros en los que los hombres fuertes “se apropiaban a sí los pueblos que más podían sojuzgar y las rentas que podían tomar”.

          En pago de sus servicios contra estos alborotadores y contra los infantes de Aragón, hijos de su tío Fernando I, el rey le dio Ledesma y Candela. Ledesma se rebeló y fue el Rey en persona a entregársela y mandó degollar a los regidores que capitaneaban la rebelión.

          Hechas las paces con el infante don Enrique, el rey le cambió Ledesma por Trujillo, pero esta ciudad, con su alcalde don Gómez González de Carvajal al frente, se opone a dejar de ser realenga apoyado por el maestre de Alcántara, don Gutierre de Sotomayor, y don Pedro López de Zúñiga, resentido, ordena que se desbasten los campos, pero ni así consigue sus deseos. Juan II se desdice culpando a los de Aragón, al Zúñiga y a otros vasallos, de los movimientos y bullicios contra él y devuelve Trujillo al realengo. 1441. Cinco años más tarde se la da a don Álvaro de Luna y tras la muerte de este, volvió otra vez a la Corona.

          Juan II teme al Zúñiga y su poderío y le entrega la ciudad de Plasencia que en 1442 cae bajo el señorío de don Pedro López de Zúñiga con el título de conde.

          Uno de los nobles placentinos, don Hernán Rodríguez de Monroy, después de largo tiempo de peleas y muertes, al ver que el Rey no cedía, se va de Plasencia con el juramento de no volver a entrar en ella.

   Plasencia. Acueducto y fortaleza

           Cuando don Pedro se hizo cargo del condado, había en el término varios pueblos de señorío particular con los que siempre tuvieron los Zúñiga frecuentes discordias, pues eran también gentes de armas tomar:

          Don Pedro de Zúñiga Niño, conde de Nieva, en Valverde de la Vera.

          Don Rodrigo de Monroy y Almaraz, señor de Monroy.

          Don Alonso de Monroy y Almaraz, señor de Almaraz, Belvís, Fresnedoso, Deleitosa, Mesas de Ibor y la Peraleda.

          Don Garci López de Carvajal, natural de Trujillo, señor de Torrejón el Rubio.

          Don Pedro Bermúdez de Trejo, señor de Grimaldo.

          Don García Álvarez de Toledo, señor de Jarandilla. También se fue de Plasencia.

          Don Fernando Álvarez de Toledo, primer conde de Alba, señor de Pasarón, Garganta la Olla y Torremenga.

          Don Pedro Núñez de Herrera, señor del estado de Pedraza, copero mayor del rey Fernando I de Aragón, señor de Serrejón.

          Los Obispos de Plasencia, señores de Jaraicejo.

          Don Luis de Chaves y Sotomayor, señor de la Oliva.

          Por lo demás, el paso de Plasencia a los Zúñiga fue más viable que los anteriores, ya que un hermano de don Pedro, don Gonzalo de Zúñiga (el obispo matamoros) había sido obispo de Plasencia y tenían en ella muchos intereses.

          Además, Plasencia ya había pasado por otros señoríos:

          1178. Alfonso VIII la anejó a la Corona real.

          1248. La reina doña Yolant, infanta de Aragón y esposa de Alfonso X de Castilla.

          1284. Sancho IV se la quitó a Yolant y se la dio a su esposa doña María de Molina.

          1321. Muerta la reina, Plasencia volvió a la Corona.

          1375. Doña Leonor, infanta de Aragón y primera esposa del rey Juan I.

          A su muerte, pasó a doña Beatriz, infanta de Portugal y segunda esposa de Juan I.

          Doña María, hija del infante don Fernando de Antequera y primera esposa del rey Juan II.

          A su fallecimiento, volvió a la Corona.

          1442. Don Pedro López de Zúñiga.

          1488. los Reyes Católicos la incorporan a la Corona de la que no salió más.

          Tuvo también Zúñiga los señoríos de Béjar, Candeleda, Valdeverdeja, La Puebla y Miranda del Castañar, además de otras posesiones menores.

          Don Pedro López de Zúñiga y su esposa, doña Isabel de Guzmán, tuvieron varios hijos, entre ellos:

Don Álvaro de Zúñiga, primogénito, mayorazgo y heredero de la casa y estado.

Don Diego López de Zúñiga, progenitor de los condes de Miranda del Castañar y duque de Peñaranda, casó con doña Aldonza de Avellaneda.

Doña Leonor de Zúñiga, casada con don Fernando Álvarez de Toledo, primer conde de Oropesa.

Fuera de matrimonio tuvo a Pedro, Juana y Elvira.

          Don Pedro López de Zúñiga y sus hijos hicieron grandes servicios al rey Juan II:

          1444. Rámaga, donde los sediciosos tenían secuestrado al Rey.

          1445. Olmedo, donde con don Gutierre de Sotomayor, maestre de Alcántara, decidieron la batalla contra los infantes de Aragón, el rey de Navarra y sus aliados. El conde don Pedro López de Zúñiga entró en el campo del rey llevado en andas por su vejez y enfermedades y lo estimó mucho el Rey.

          Don Gutierre de Sotomayor había sucedido en el maestrazgo de Alcántara a su tío don Juan de Sotomayor, que se había inclinado hacia los infantes de Aragón.

          Don Pedro López de Zúñiga, que falleció según unos en 1453 y según otros, en 1455, construyó su casa fuerte en Plasencia, hoy conocida como Palacio del Marqués de Mirabel.

Don Álvaro de Zúñiga y Guzmán.

En 1453 y por mandato de Juan II, con 100 de a caballo de Béjar y algunos de Burgos, prendió al valido del rey, don Álvaro de Luna, condestable de Castilla y maestre de Santiago, después de breve defensa por parte de los suyos. Los nobles estaban en su contra porque trató de fortalecer la autoridad real en contra de ellos. El rey y la reina porque se entrometía en su vida hasta en los asuntos más íntimos. Fue trasladado a Valladolid donde fue ejecutado en la plaza cortándole la cabeza.

          Don Álvaro de Zúñiga y Guzmán fue doncel de Juan II y desde 1430, alguacil mayor del Rey.

          Segundo conde de Plasencia, tercer señor de Béjar y primer duque de Béjar, duque de Arévalo y Plasencia y marqués de Gibraleón.

          Se casó en 1430 con doña Leonor de Manrique, hija de doña Leonor de Castilla y de don Pedro Manrique, adelantado de León, señor de Treviño y Amusco.

          Cuando en julio de 1454 murió el rey Juan II, solo le quedaban servidores fieles don Álvaro de Zúñiga, el prior de Guadalupe y el relator don Fernando Díaz de Toledo.

          El mismo día del fallecimiento, los nobles, entre los que se encontraban don Álvaro de Zúñiga y don Alonso de Pimentel, conde de Benavente, y otra gente principal, besaron la mano del nuevo rey Enrique IV y le hicieron homenaje en la forma acostumbrada.

      Enrique IV

           El rey empezó a reinar con gestos benévolos: soltó a nobles presos, retornó a desterrados, buscó la amistad con Francia, Aragón y Navarra y organizó una campaña contra los moros, pero pronto se fueron torciendo estos principios. Teme el Zúñiga perder su privanza y hegemonía en el nuevo reinado.

          El hijo de don Alonso de Pimentel, don Juan Pimentel, se casó con doña Elvira de Zúñiga, hermana de don Álvaro, y tuvieron una hija, moza de linda presencia, llamada doña Leonor de Pimentel.

          Don Álvaro de Zúñiga, ya viudo de doña Leonor de Manrique, trata de atraer la voluntad de la nueva Leonor a través de los dos Pimentel, padre y abuelo, como se hacía entonces entre familias y haciendas parecidas y amigas y, en este caso, con andanzas y rebeliones compartidas.

          Enrique IV y su esposa doña Blanca de Navarra se divorciaron, quejosa ella del comportamiento del Rey en el matrimonio y dejando malparada su reputación varonil. Él alega hechizos y sortilegios de la Reina y sus amigos y ella que, “aficionado a tratos ilícitos y malos, no tenía apetito, ni aun fuerza, para lo que le era lícito, especial con doncellas” y que había salido del tálamo sin perder la doncellez.

          El año 1455, el rey organizó una expedición contra los moros de Granada, pero les hizo “tan poca guerra” que los nobles, ávidos de gloria y botín, se lo criticaron con mucha descortesía, críticas unidas a las chanzas por su impotencia.

          Por entonces Enrique IV se casó en Córdoba con doña Juana de Portugal, hija póstuma del rey Eduardo que falleció en 1439 antes de nacer su hija. “A la noche, el Rey y la Reina durmieron en una cama y la Reina quedó tan entera como venía, de que no poco enojo se recibió por todos”, según el cronista y eso que “doña Juana”, advierte, era “muy señalada en gracia y hermosura”. Ya había suprimido el Rey la antigua ley que obligaba a asistir a un notario y testigos a la consumación del matrimonio.

Juana de Portugal

          En Navidad de 1456 llegó la Bula de la Cruzada de Calixto III con la que se recaudó más de cien cuentos (millones), de los cuales Enrique IV gastó la mayor parte en “sus veleidades” y la guerra contra el moro parecían torneos amigados, con regalos entre el rey de Castilla y el de Fez, con lo que los nobles le mostraban cada día más desamor, agravado este con el feo que hizo al noble caballero Garcilaso de la Vega cuando murió por una flecha envenenada.

          Sospechando que los nobles le querían prender, en 1458, nombró “grandes hombres” a algunos de sus criados:

          Don Gómez de Cáceres, después don Gómez de Solís, maestre de Alcántara.

          Don Beltrán de la Cueva, mayordomo mayor del Reino.

          Don Miguel Lucas Diranzo, condestable de Castilla.

          Don Juan de Valenzuela, prior de San Juan.

          No le sirvieron de nada estos nombramientos, ya que, según un manuscrito: “El Rey tenía muchos privados y hacíalos grandes hombres. Las dádivas de aquestos fueron sin medida, las promesas mayores; de guisa que sus mercedes no se vieron gradecidas. Y, así, fueron sus placeres pocos, los enojos muchos, los cuidados grandes y el reposo ninguno.”

          Las costumbres se relajaron en el pueblo, el clero y la nobleza, los oficios públicos en manos de la usura o del favor. Los moros, valentones estragando Andalucía. La política sin ideales y sin sentido trascendente. Por ello, los confederados contra don Enrique atraían la simpatía del pueblo.

          En esto, don Álvaro de Zúñiga, en 1458, se casa con su sobrina carnal doña Leonor de Pimentel, para lo que consigue del papa Pio II la bula correspondiente y la aprobación del Rey. Hembra varonil con grandes ambiciones y con ansias de lucir en la Corte, pronto influyó en su esposo y deudos para conseguir sus propósitos.

          En 1459, tuvo a su primer hijo con ella, don Juan de Zúñiga, con el que se volcará para conseguirle título y fortuna. Antes había tenido cinco hijos con doña Leonor de Manrique.

          En 1460, los nobles revoltosos piden al rey que nombre heredero al infante don Alfonso, su hermano menor, ya que no tiene descendientes. Les contesta que ya lo verá con su Corte y haría lo que le pareciera.

          El Rey y la Reina, con sus validos y privados, están en Aranda y, “estando allí, cinco años después del casamiento, la Reina se hizo preñada, de que el Rey fue muy alegre”. Mandó el Rey hacer grandes fiestas e ízole meced de aquella villa de Aranda y su tierra. “Pero ninguno tenía el preñado de la reina por obra suya”, a pesar de las muestras de amor y regocijo que mostró.

          Nació una niña a la que le pusieron el nombre de Juana y el rey mandó que todos la juraran por heredera del reino castellano, incluyendo a los infantes don Alfonso y doña Isabel, hermanos del Rey.

          No obstante, muchos afirmaban que, debido a la impotencia del rey, era hija de uno de sus privados que se llamaba don Beltrán de la Cueva, al que el rey le había nombrado duque de Alburquerque y “a quien amaba mucho”. Les hizo jurar de nuevo a doña Juana como heredera, aunque luego muchos dijeron que lo habían hecho obligados y a los pocos días se rebelaron contra él y contra doña Juana, a la que dieron en llamar La Beltraneja.

Juana la Beltraneja

          Don Juan Pacheco, hijo de don Alonso Téllez Girón, señor de Belmonte, había sido ayo de Enrique IV y este le nombró marqués de Villena. Visitó en Plasencia a don Álvaro de Zúñiga con el fin de acercarle a sus propósitos, pues se veían los dos apartados de la privanza del Rey. No se veían con buenos ojos porque el que le nombró ayo del príncipe fue don Álvaro de Luna, al que prendió el Zúñiga y porque se decía: “Del marqués de Villena, ni palabra mala, ni obra buena”. No era de fiar. Animaba a los nobles a rebelarse y luego él disimulaba estar al lado del Rey.

          Se queja Pacheco de que el Rey, con la Reina, su hija doña Leonor y los infantes don Alfonso y doña Isabel, se han reunido con el rey de Portugal en Puente del Arzobispo y han concertado el matrimonio de doña Isabel con el rey de Portugal y de su hija doña Juana con el príncipe heredero portugués. Sin la presencia ni el conocimiento de los grandes nobles de la Corte.

Propone al Zúñiga coronar por Rey al infante don Alfonso, fingiendo hasta entonces ser enemigos. También visita a don García Álvarez de Toledo, conde de Alba entonces, en Piedrahita, con el mismo motivo. Intenta Pacheco prender al Rey y su familia por tres veces con la ayuda de estos nobles, pero falla las tres sin que el Rey se atreva a castigarlos, por lo que estos, crecidos, le amenazaron con seguir si no accedía a sus peticiones.

          El Rey se aviene a reunirse con ellos entre Cabezón y Cigales para lo cual entregaría al infante don Alfonso a los revoltosos, le casaría con La Beltraneja y le juraría como heredero dándole el maestrazgo de Santiago, que ostentaba el de la Cueva.

Infante don Alfonso

           El infante vino a poder de don Álvaro de Zúñiga y doña Leonor de Pimentel, queriendo estos que se crie en Plasencia al lado de su hijo don Juan, que podría adquirir la privanza cuando fuera Rey. Al partido del infante le siguen los siguientes hombres fuertes:

          Don Juan Pacheco, marqués de Villena.

          Don Álvaro de Zúñiga, conde de Plasencia.

          Don Alonso Carrillo, arzobispo de Toledo.

          Don Alonso de Fonseca, arzobispo de Sevilla.

          Don Íñigo Manrique, obispo de Coria.

          Don Fadrique Enriquez, almirante de Castilla.

          Don Garci Álvarez de Toledo, conde de Alba.

          Don Rodrigo Manrique, conde de Paredes, hermano del obispo de Coria.

          Don Gómez de Cáceres y Solís, maestre de Alcántara.

          Don Pedro de Portocarrero, conde de Medellín, yerno del marqués de Villena.

          Don Alvar Gómez, de Ciudad Real, que fue secretario de don Enrique.

          Don Gonzalo de Saavedra, comendador, señor de Maqueda.

          Don Pedro de Velasco, hijo del conde de Haro.

          Don Pedro Girón, maestre de Calatrava, hermano de Juan Pacheco.

          Conde de Santa María.

          Conde de Ribadeo.

          Deudos y parientes de estos caballeros, y otros.

          Estrecharon tanto el poderío del Rey que casi ningún señorío le dejaron debido a su flojedad de espíritu.

          Como el Rey llama a los conjurados para que se pongan a sus órdenes, estos, el 10 de mayo de 1465, publican la “Proclama de Plasencia” en la que se despiden de él y renuncian a su obediencia. Hecha la proclama, marchan a Ávila con el infante, donde les espera el arzobispo de Toledo don Alonso Carrillo con su gente.

          “Extramuros, en una llanada próxima a la ciudad, levantaron un tinglado de madera con una silla en forma de trono. Sentado en la silla un monigote vestido de luto que representa a Enrique IV. El monigote tiene una corona real, la espada y el cetro. Un heraldo lee el alegato contra el Rey haciéndole cuatro acusaciones:

          Por la primera, merece perder la dignidad real y don Alonso Carrillo le quitó la corona real.

Farsa de Ávila

          Por la segunda, merece perder la administración de la justicia y don Álvaro de Zúñiga le quitó la espada.

          Por la tercera, merece perder la gobernación del Reino y don Rodrigo Pimentel le quitó el cetro de la mano.

          Por la cuarta, merece perder el trono de Rey y don Diego López de Zúñiga, hermano de don Álvaro, derribó el monigote de la silla mientras le decía: ¡A tierra, puto!

          El infante don Alfonso, con once años, ocupa el trono mientras los intervinientes gritaban: ¡Castilla, Castilla por el rey don Alfonso!

          Todo esto el 5 de junio de 1465.

          Como réplica a esta algarada, los partidarios de Enrique IV hicieron otra farsa parecida en Simancas. Quemaron la efigie de don Alonso Carrillo a quien llaman “don Opas traidor”, mientras el pregonero vocea: ¡Esta es la justicia que mandan hacer con este cruel don Opas, que se rebeló contra su Rey, después de recibir mercedes sin cuento!

          Las asonadas de los partidarios de uno u otro bando servían tan solo para arruinar a Castilla y desintegrarla.

 Don Alonso de Monroy.

Clavero de Alcántara y considerado el mejor guerrero, más valiente y esforzado de Castilla, está desamigado con el maestre don Gómez de Cáceres y Solís, sigue el partido de don Enrique y ha empezado a combatir algunas fortalezas de Extremadura.

          Valladolid se alzó a favor de don Enrique contra los seguidores de don Alfonso.

          Don Pedro Girón, maestre de Calatrava y hermano del marqués de Villena, había obtenido promesa de casamiento con la infanta doña Isabel, bajo la condición de servir a don Enrique, pero su misteriosa e inesperada muerte, lo desbarata todo.

          Don Pedro Pacheco, marqués de Villena, desea el maestrazgo de Santiago a toda costa.

          Doña Leonor de Pimentel, esposa de don Álvaro de Zúñiga, va cambiando de parecer y se va acercando a Enrique IV, por lo que es convocada a Madrid donde está el Rey con los nobles de ambos bandos esperando cada bando que se acerque a su causa. Mientras tanto el infante espera en Ocaña el resultado de unas negociaciones que no llegan a ninguna parte por las desavenencias y escándalos.

          Doña Leonor de Pimentel propone que se reúnan el Rey, la Reina, su hija doña Juana y la infanta doña Isabel, en su señorío de Béjar, con el infante don Alonso y los suyos para llegar a un acuerdo. Los primeros irán con el arzobispo de Sevilla, doña Leonor y su capitán don Pedro de Hontiveros con 300 rocines y los segundos, con don Pedro Pacheco y don Álvaro de Zúñiga, por otro camino, pero cuando intentó salir el Rey, el pueblo se alborotó al grito de ¡Que llevan al Rey preso!, le rodearon con gente de a caballo y peones armados diciendo ¡Mueran, mueran los traidores que llevan preso al Rey! De forma que no pudo salir. Doña Leonor y su grupo salieron huyendo hasta la villa de Illescas y de allí a Plasencia y el grupo del infante, Pacheco y Zúñiga hasta Arévalo y luego también cada uno a su casa, quedando así truncado el proyectado Acuerdo de Madrid.

          El rey Enrique deambula por su reino en el que muchos de los pueblos estaban a favor del infante a pesar de las mercedes que hizo a sus señores y “le hicieron andar más en son de peregrino que como Rey y Señor”. “Fueron a una villa pequeña llamada Olmedo, en donde encontramos al Rey. Estuvimos en un pobre alojamiento con solo dos habitaciones en el piso bajo”.

        Enrique, incapaz de oponerse a Pacheco, se fue a Plasencia con don Álvaro de Zúñiga. “Muy avergonzadamente, con diez cabalgaduras se fue a meter por las puertas del conde de Plasencia” el 28 de diciembre de 1467, saliendo el cabildo de la Catedral a recibirlo. “Y llegando el Rey a Plasencia, el Conde y la Condesa le recibieron con mucha honra y le aposentaron con mayor amor en la fortaleza. Y, de allí en adelante, procuraron de lo restituir en su estado; y en ello trabajaron cuanto podían”.

Fortaleza de Plasencia

           Los tesoros de Enrique están en Madrid custodiados por Perucho. Pacheco hizo tratos con él para que se los entregara, pero la noticia llegó a Plasencia y al punto, don Enrique, don Álvaro, doña Leonor, el conde de Benavente y el de Miranda se fueron a Madrid y lo evitaron.

          Poco a poco fueron mejorando las cosas para don Enrique y, viendo algunos grandes del reino que el duque don Álvaro “le acudía y hacía espaldas”, se fueron reduciendo a la obediencia del Rey. Y entre otras poblaciones, Toledo.

          El día 5 de julio de 1468, el infante don Alfonso apareció muerto en la cama: “E hinchose la lengua y la boca se le paró negra”. Había salido de Arévalo, donde había gente muriendo de pestilencia, con su hermana doña Isabel y llegaron a Cardeñosa, a dos leguas de Ávila. Dicen que cenó una trucha en pan y contra su costumbre le entró un sueño pesado y se acostó sin hablar a nadie. Por la mañana, apareció muerto “a los 14 años y seis meses y seis días”.

          Doña Leonor de Pimentel, don Álvaro de Zúñiga, el arzobispo de Sevilla, el conde de Benavente, el conde de Miranda y otros seguidores de Enrique IV están en Madrid, donde le han reiterado juramento de homenaje y lealtad. Los antiguos seguidores del fallecido infante don Alfonso, están en Ávila y tienen con ellos a la infanta doña Isabel, donde teme don Enrique que la proclamen reina de Castilla, como ya han hecho algunas ciudades de Andalucía. La infanta se ha negado a que la proclamen Reina en tanto viva su hermano don Enrique, cortando así los peligros de alborotos. Los revoltosos piden al Rey que jure por heredera de Castilla a doña Isabel, “porque bien sabía él que no había tenido parte en la generación de la Beltraneja y, por si alguna duda hubiera, alegaban que la reina doña Juana seguía con sus amoríos y que en Alahejos (sic) fue preñada por un mancebo que se llamaba don Pedro, sobrino del arzobispo de Sevilla.

                    El Rey accede y las vistas se celebran junto a “unos toros de piedra que hay entre Cebreros y Cadahalso (sic), cierta mañana, lunes 19 de septiembre de 1468. El lugar se llama Guisando: en la Historia se conoce el suceso como Proclamación de los toros de Guisando”.

Toros de Guisando

           Don Álvaro de Zúñiga y doña Leonor de Pimentel recabaron el premio a sus servicios y el Rey les dio Trujillo en señorío.

          A partir de la Proclamación, con unos nobles a favor y otros en contra, según sus conveniencias, empezaron los acuerdos de posibles casamientos:

          Doña Juana, la Beltraneja, con el príncipe de Portugal.

          Doña Isabel, con el rey de Portugal, que estaba viudo.

          La idea era que, “si doña Isabel y el rey de Portugal no tuvieses hijo varón y lo tuvieran el príncipe y doña Juana, hija del Rey, que ellos sucedieran en los Reinos”. Aquí el Rey se contradice de lo reconocido en la Proclamación de Guisando.

          De todas formas, estos tratos no llegaron a fructificar.

          La Reina madre, Juana, esposa de Juan II, era señora de Arévalo, donde tuvo a sus hijos don Alfonso y doña Isabel, pero ahora está en poder de los condes de Plasencia, que la tenían empeñada por “una gran suma de maravedís” desde que apoyaron al infante don Álvaro como Rey de Castilla y de León. Doña Isabel, en agosto de 1469, se dirige hacia Arévalo para hacer los honores a su hermano, pero la condesa de Plasencia y su capitán Álvaro de Bracamonte la impidieron la entrada y se tuvo que ir a Madrigal, donde su madre “llenaba de lamentos sus tristes días”.

          1469. Estando los condes de Plasencia en Trujillo y en Arévalo respectivamente, Plasencia no tiene casi guarnición por lo que don Gutierre de Solís, conde de Coria y hermano del maestre don Gómez, envía al capitán Pedro de Carvajal con 120 de a caballo a robar el alfoz de Plasencia y Malpartida haciendo gran presa de ganados y marcharon hacia Coria. Don Hernando de Monroy, el Bezudo, que estaba en Plasencia, pidió al alcaide y al alguacil 60 de a caballo y, aunque estaban lejos, los alcanzó. Siendo muy superiores en número, los de Coria no pudieron con don Hernando y los suyos y le volvieron las espaldas dejando 20 muertos, 18 prisioneros y los ganados. Con este comportamiento, el Bezudo sintió ojeriza contra el Maestre y se inclinó hacia el Clavero don Alonso de Monroy, su primo.

Castillo de Coria

           El pueblo de Trujillo con su alcaide al mando, se opusieron a que se entregara a los condes de Plasencia y, aunque el Rey vino en persona, al final decidió cambiarlo por Arévalo, que era de la Reina madre. Además, les dio el título de Duques de Arévalo, lo que pesó mucho a todos los del Reino en general por el agravio a la Reina madre, porque se la apartaba de la Corona Real y porque los Zúñiga se hacían “mayor que todos los Grandes”.

          En esto, el Rey recibe una carta de su hermana doña Isabel recriminándole los tratos sobre su casamiento y le dice que piensa casarse con el príncipe don Fernando de Aragón, decisión que no gusta ni al Rey ni a los nobles de la Corte, porque no cumple a los intereses particulares de cada uno.

          Doña Isabel y don Fernando de Aragón se casaron en Valladolid el 19 de octubre de 1469. “Hecha la fabla entre el Príncipe y la Princesa, presente el arzobispo de Toledo, como de la tardanza se esperase algún inconveniente, determinose el matrimonio de aquestos príncipes se acelerase… el arzobispo de Toledo hizo presentación de la Bula Apostólica por la cual el papa Pio II daba la dispensación para el casamiento…”. “El Arzobispo los deposó y veló… y, la noche venida, el Príncipe y la Princesa consumieron el matrimonio. Y estaban a la puerta de la cámara ciertos testigos puestos delante. Los cuales sacaron las sábanas que en tales casos suelen mostrar, demás de haber visto la cámara do se encerraron”.

Isabel y Fernando

           El día 12 de diciembre de 1474, en Madrid, falleció Enrique IV a los 49 años, 11 meses y 11 días. Había reinado 22 años “sin que en ninguno le faltaran amarguras porque las cercanías del desdichado Soberano eran, en lo político, un avispero de intrigas y un criadero de deslealtades; en lo social, un baldón de ignominia y en lo íntimo, un asco”.

          Antes de morir volvió a jurar que la Beltraneja era su hija “porque el reconocimiento de su sucesión en los Toros de Guisando fue obra del miedo y no de la voluntad del Rey que, a tuerto o a derecho siempre creyó en su legitimidad”.

          También había fallecido don Pedro Pacheco, marqués de Villena y maestre de Santiago, sucediéndole en todos sus títulos su hijo don Pedro López Pacheco.

          Los antiguos partidarios de Enrique IV, temiendo perder sus privanzas y privilegios, se concertaron para oponerse a que don Fernando y doña Isabel reinen en Castilla y en León.

          “Y luego que comenzaron a reinar don Fernando y doña Isabel hicieron justicia de algunos hombres criminosos y ladrones que, en el tiempo del rey don Enrique, habían cometido muchos delitos y maleficios y, con esta justicia que hicieron, los hombres, ciudadanos y labradores, y toda la gente común, deseosos de paz, estaban alegres y daban gracias a Dios”.

          Los duques de Arévalo, el marqués de Villena, el arzobispo de Toledo y otros de su opinión, hicieron unos tanteos con don Fernando y doña Isabel, pero no encontraron en ellos la flaqueza de don Enrique. Intentaron casar a doña Juana la Beltraneja con don Alfonso V de Portugal con una oferta tentadora para este:

          Le aseguraron que Fernando e Isabel no tenían dinero ni rentas para mantener gente de guerra.

          Que sus vasallos les tenían poca afición.

          Que las ciudades les servían con desgana.

          Que don Alfonso, casado con doña Juana, alcanzaría con poco esfuerzo los reinos de Castilla y León,

          Y le ponían ciertas condiciones:

          Daría al marqués de Villena el maestrazgo de Santiago, que tenía sin confirmar.

          Le daría la confirmación de todas las villas y señoríos que heredó de su padre don Jan Pacheco.

          Daría al arzobispo de Toledo, don Alonso Carrillo, 5.000 vasallos en Castilla.

          A don Álvaro de Zúñiga otros tantos vasallos y la confirmación de su ducado de Arévalo.

          “Y en esta guisa los demás”.

          El rey de Portugal se avino a todo, por dos motivos principales:

          Su excesiva ambición.

          Los celos y el deseo de vengar su honrilla por haberle despreciado la princesa Isabel cuando la pidió en matrimonio.

          Algunos nobles portugueses le hicieron notar que los mismos que ahora le ofrecen a doña Juana, su sobrina, como mujer, la habían repudiado antes por considerarla hija adulterina, pero no les quiso prestar oídos.

          En el mes de mayo de 1475, el rey de Portugal tiene su ejército a punto y el marqués de Villena, que se hacía llamar duque de Trujillo, vino a esta ciudad con la Beltraneja para esperarle y celebrar ahí sus esponsales. Aunque van llegando los partidarios de este enlace, el ambiente en Trujillo es receloso, liderado por Luis de Chaves y Juan de Hinojosa que, aunque enemistados, en esto están unidos y rehuyen el servicio a la Beltraneja, aparte de que esta ciudad aguantó siempre mal los señoríos.

          A doña Leonor no la agrada que estos esponsales se celebren en Trujillo y consigue, so pretexto de peligros, que se celebren en Plasencia. Allí esperaron al rey de Portugal los duques de Arévalo con la princesa doña Juana, que se llamaba Reina de Castilla. Doña Juana se alojó en la casa de los Grimaldos, llamada de las Argollas, y el rey de Portugal, en el palacio de doña Leonor, aunque oficialmente en el castillo.

El día 25 de mayo de 1475, día del Corpus Christi, sobre un estrado construido exprofeso en la Plaza Mayor, el obispo de Plasencia don Rodrigo Dávila, ante los prelados, nobles y caballeros más principales, desposó a don Alonso con doña Juana, su sobrina, en medio de los vítores de la multitud:

          “¡Castilla, Castilla por el rey don Alonso de Portugal y por la reina doña Juana, su mujer, propietaria de estos Reinos!”.

          El duque de Arévalo, el marqués de Villena y todos los demás besaron las manos al rey de Portugal y a ella y les hicieron juramento de homenaje y fidelidad y se celebraron “muchas alegrías, danzas pulidas, cubas, luminarias y otros regocijos”.

          Por la noche, don Alonso y doña Juana se fueron a sus posadas, cada uno a la suya. No consumarían el matrimonio hasta conseguir de Roma la dispensación de su parentesco.

          El día 30 de mayo, en Plasencia, firmaron sus proclamas para todo el Reino, intitulándose reyes de Castilla y de León.

                    El ejército portugués había llegado a Plasencia y sus contornos con más de 4.000 de a caballo y unos 11.000 de a pie, sin problemas, pero pronto se pusieron en guerra don Francisco de Solís, el Elegido y los partidarios del maestre don Alonso de Monroy, que estaba preso en Magacela, aunque con muchos menos efectivos.

Los de Andalucía y tierras de Badajoz, partidarios de don Fernando y de doña Isabel, en lugar de oponerse al rey de Portugal, luchaban entre sí, como hacían don Alonso de Cárdenas, comendador mayor de León, que se decía maestre de Santiago, contra el duque de Medinasidonia, contra el conde de Feria y contra don Pedro Puertocarrero, combatiéndose en Jerez y Guadalcanal. Con lo que los portugueses estaban confiados en Plasencia.

 Alfonso V de Portugal

Referencia a doña Juana, la Beltraneja, en mis Historias de La Raya.

           Los príncipes Isabel y Fernando piden otra vez a Francisco de Solís, el Electo, que suelte a don Alonso de Monroy, pero se niega. Le piden también que haga algunas entradas en Portugal para que su Rey, que estaba en Plasencia casándose con la Beltraneja y proyectaba llegar hasta Burgos, se retirara de Castilla. Después de tomar una fortaleza portuguesa llamada Uguela e intentar defenderla, cayó herido del caballo y un soldado que había sido de don Alonso, de un tajo le cortó la cabeza.

Muerto el Electo, don Juan de Sotomayor, que se titulaba “clavero electo” acordó con don Alonso su libertad a cambio de Magacela.

Hecho el trato, don Alonso salió en libertad y se unió a los que seguían a don Fernando y a doña Isabel, que eran ya muchos:

          De Asturias, el marqués de Astorga y don Diego Hernández de Quiñones, conde de Luna.

          Don Diego Hurtado de Mendoza, marqués de Santillana.

          Don Pedro González de Mendoza, cardenal de España.

          El duque de Alba.

          El almirante y condestable de Castilla.

          El conde de Treviño.

          Don Rodrigo Pimentel, conde de Benavente.

          Don Lorenzo Suárez de Figueroa, conde de Coruña.

          Don Diego Sarmiento, conde de Salinas.

          Las noticias que llegan a Plasencia no son como esperaban, que nada decisivo consiguieron en Castilla contra don Fernando y doña Isabel, que los dineros se gastan sin provecho, que los seguidores del portugués se pasan al partido de los contrarios, que “la más gente portuguesa que había metido en Castilla era ya gastada”, parte muertos y destrozados en los encuentros y parte consumidos por la guerra. El rey portugués y la Beltraneja están dolidos porque las cosas iban al revés de como les prometieron, pero ni el marqués de Villena ni doña Leonor pueden hacer nada porque tienen en peligro sus fortalezas. En Andalucía y Extremadura se luchaba contra Portugal y contra los partidarios de su Rey, de forma que el príncipe de Portugal, que estaba muy falto de gente, pidió ayuda a su padre.

          Don Alonso de Portugal también necesitaba ayuda porque Fernando e Isabel tenían a Burgos cercada y la combatían continuamente desde hacía cuatro meses. Burgos se perdió porque, a pesar de la insistencia de doña Leonor y del arzobispo de Toledo, el Rey, que estaba en Arévalo, no la socorrió “porque le iba faltando ánimo a su empresa, receloso de las falsías de quienes tanto le habían prometido”.

Muralla de Burgos

          En el mismo cerco de Burgos, don Fernando y doña Isabel restablecieron la Santa Hermandad: “…como todo aquel Reino estaba puesto en armas y prevalecían las fuerzas y robos contra los pueblos, se dio orden de usar del remedio que estaba ya introducido desde el tiempo del rey don Juan, que fue de gran socorro para las cosas del Rey. Y era que, a costa de las provincias, se hiciese gente de guerra que tuviese cargo de perseguir los malhechores y asegurar los caminos, que llamaban “Hermandad”…”. Firmaban ya como “Yo, el Rey, Yo, la Reina”.

          Los defensores de Burgos con Íñigo de Zúñiga al frente, como vieron que no les iban a llegar refuerzos de Portugal ni de Francia, aliada de esta, el 31 de enero se la entregó a doña Isabel. El Rey de Portugal estaba “con gran desesperación” porque vio que perdía Valladolid, donde estaba, y Burgos y no las podía ayudar y no perdió sus temores hasta que llegó su hijo a Toro con alguna gente de guerra.

                    El día 1 de marzo de 1476, se enfrentan en Toro el rey de Portugal y don Fernando de Aragón, entonces rey de Sicilia. Los dos bandos dieron por suya la victoria, pero el de Portugal no pudo sostener más su ejército en el campo y quedó don Fernando como rey de Castilla. Dicen que en realidad fue una escaramuza porque muchos portugueses no entraron en combate al ver la guerra ya perdida.

          El rey de Portugal tuvo noticia de que don Alonso de Monroy había entrado en Portugal y había tomado varios lugares portugueses, entre ellos la ciudad de Alegrete causando gran mortandad y consiguiendo gran botín. Mandó 1.000 caballos y 5.000 infantes sobre Alegrete, pero no consiguieron llegar a tiempo. Abandonó Castilla y la guerra se inclinó a favor de don Fernando y doña Isabel, aunque “quedando el fuego de la guerra en Castilla encendido”.

          Don Álvaro de Zúñiga y su hijo don Juan, el maestre de Alcántara, hace tiempo que habían seguido la recomendación de su consejero don Diego de Jerez y quieren pasarse el servicio de los reyes de Castilla y León, y doña Leonor, dolida con el rey de Portugal que la había separado de su esposa doña Juana, vistas las continuas pérdidas suyas y del marqués de Villena en las guerras, consiente también en que don Diego inicie los tratos para reducirse a su servicio.

          Doña Leonor había perseguido a los hijos de su marido y de su primera esposa, que seguían el partido de doña Isabel y don Fernando por lo que estos estaban enojados con ella y eso entorpecía los primeros tratos, pero a través de don Pedro de Zúñiga, hijo mayor y heredero de don Álvaro, que siempre había estado al servicio de los príncipes, “fueron reducidos al servicio de los dichos Rey y Reina, nuestros señores, y pusieron en paz sus personas, casa y estado”. La Reina no era tan fácil de convencer como su hermano don Enrique, pero “por respeto del hijo, perdonó a los padres”.

          El concierto entre los duques de Arévalo, representados por Ruy Díaz de Mendoza, y la Reina, se celebró en Madrigal el 10 de abril de 1476, llevando Ruy la consigna de doña Leonor de “avenirse a todo, cuando sea a costa de don Álvaro de Zúñiga, de su estado, de su casa, de su hacienda y procurar en todo, el acrecentamiento de don Juan, de doña Isabel y de doña María, sus hijos”.

          Don Diego de Jerez hizo llegar a oídos de doña Isabel la negativa de don Álvaro a dar ayuda al rey de Portugal tras la pérdida de Burgos, que tenía preparados 20.000 hombres para socorrer Zamora y echar a don Fernando de Castilla, así como recuperar Burgos. Esta noticia hizo reducir el rigor de los tratos con los Duques.

          Los Duques se comprometían a alzar pendones a su obediencia en Bañares, en Curiel, en Arévalo, en Plasencia, en Gibraleón, en Alcántara, en Zalamea y en otras villas, fortalezas y señoríos, que serían amigos de don Fernando y de doña Isabel y de sus amigos y enemigos de sus enemigos. Que harían guerra a la Beltraneja, al de Portugal y a los franceses, si fuera menester; promesas a costa de don Álvaro.

          Doña Isabel quiere aumentar el patrimonio de la Corona y cambia a don Álvaro la fortaleza y castillo de Burgos, que poseía por herencia, por la confirmación como Justicia Mayor del Reino. La cambia Arévalo por algunas tercias, unas joyas que Enrique IV les dejó en prenda y el que puedan llamarse Duques de Plasencia.

          Les promete “guardar las vidas, la hacienda, la casa y el estado de los Duques, honrar y favorecer a los hijos e hijas de don Álvaro y de doña Leonor. Don Juan de Zúñiga, su hijo, quedaba así favorecido con el maestrazgo de Alcántara”.

De las hijas, Leonor casaría con don Fadrique de Toledo, primogénito, heredero y mayorazgo del duque de Alba. Doña María, la otra hija, pasado el tiempo y muerta su madre, casaría con don Álvaro (II) de Zúñiga, su sobrino, hijo primogénito de don Pedro. Don Álvaro II y doña María no tuvieron hijos.

Caballero de Alcántara

          La primera que siguió este ejemplo, fue doña Beatriz Pacheco, condesa de Medellín, hermana bastarda del marqués de Villena y viuda de don Rodrigo Portocarrero, propietario del condado de Medellín.

Tenía usurpada la villa de Mérida y sus bienes al Conde, su hijo. Consta documentalmente que doña Beatriz “privada por el testamento del primer Conde de la tutela de su hijo, se apoderó de él y de la ciudad de Mérida por fuerza de armas, le encerró en un aljibe de su castillo de Medellín y, para que no pudieran liberarle sus parciales, colocó encima del aljibe el propio bufete donde administraba justicia, convirtiéndose así en centinela y verdugo del hijo de sus entrañas”. Envió a Madrigal ofrecimiento de servir a doña Isabel con sus fortalezas y vasallos.

Castillo de Medellín

          También acudieron al servicio de los Reyes Católicos, el marqués de Villena, el arzobispo de Toledo y otros desleales.

          Don Alonso de Monroy, ya libre, había arrebatado Trujillo a los soldados de la duquesa doña Leonor y de la condesa doña Beatriz y la puso en manos de Luis de Chaves, en servicio de los Reyes Católicos. Luego volvió a Portugal para hacer de las suyas desde Alegrete. Desde aquí, don 200 peones y 300 jinetes, desbarató otro ejército de 2.000 peones y 500 de a caballo que mandó el rey de Portugal desde Olivenza. Estas derrotas, sumadas a las de Toro y otras en Castilla, le obligaron, avergonzado y entristecido, a salir de Castilla, pero no fue contra Alegrete, sino a pedir socorro al rey de Francia, que le dio promesas y no soldados. Perdió el ánimo y quiso hacerse monje en Jerusalén, pero los suyos consiguieron disuadirle. Sus seguidores en Castilla buscaron la forma de someterse a don Fernando y doña Isabel.

          Pero el hijo del rey de Portugal siguió atacando Alpedrete durante dos años. Don Alonso de Monroy pidió ayuda a la Reina, pero esta se negó “porque la guerra con los portugueses casi que era acabada”, en vista de cual los sitiados salieron con sus banderas altas por medio de los portugueses, diciendo: ¡Castilla! ¡Castilla!. Aunque don Alonso no se explica la actitud de doña Isabel, continuará a su servicio.

          El 30 de junio de 1477 la reina Isabel, “con un nutrido cortejo de gente de armas y gente de letras, llegó a Cáceres”, donde juró sus fueros ante el pueblo. Luego, apaciguó las discordias particulares entre los moradores de la villa y el Concejo y su secretario les leyó una escritura en la que les mandaba:

          Que todos los vecinos la juren pleito homenaje.

          Que elegirá ella a los regidores y otros cargos oficiales y no los impugnarán.

          Prohíbe que ni los unos ni los otros formen bandos ni parcialidades.

          Que todos favorecerán la Justicia, que la ayudarán cuando se los llamare y que la dejarán entrar en sus casas para prender malhechores o para hacer las ejecuciones que de Justicia de debieran hacer.

          Que todos los que tuvieren torres en sus casas, si el Corregidor y la Justicia se la demandaran, se la entregarán libremente.

          Que desde la torre no pelearán ni harán daño alguno so pena de que la Justicia la pueda derribar.

          Que se derriben las arqueras de las torres, cierren las troneras y saeteras y cubran y tejen las dichas torres sin que queden almenas y, si no lo hicieran, serán derribadas.

          Que las torres que se están construyendo, no sobresalgan los tejados de las casas y que allí las pongan tejado y que las paredes no sean más gruesas que las de la casa.

          Que los que tienen casa fuerte fuera, en el término de la villa, no harán prisiones de personas, ni tomas, ni robos de bienes, ni otro mal alguno. En caso contrario, restituirán lo tomado y entregarán la casa fuerte para lo que Su Alteza mandare.

          Que ninguna persona se arme ni acuda a bandos ni asonadas ni a ruidos en favor de los caballeros y escuderos de esta tierra, siendo desterrado por un año la primera vez y, a la segunda, perpetuamente y pierda la mitad de sus bienes para la cámara de la Reina.

          Que todos se junten, favorezcan y hagan homenaje a la Hermandad, que guardarán y ayudarán para que se guarden sus leyes y ordenanzas.

          Cada uno de los presentes respondió: “Sí juro y amén”.

          Sobre las torres, doña Isabel hizo una excepción: El capitán Diego Ovando de Cáceres había servido con lealtad a doña Isabel en las alteraciones con la Orden de Alcántara y en Toro y Zamora contra los portugueses. Le dio licencia para fabricar su casa en la forma y manera que quisiese y, en ella, una muy hermosa torre coronada de almenas. Se llama ahora Torre de las Cigüeñas.

Cáceres. Torre de las Cigüeñas

          Nombró doce regidores, un procurador y un escribano de Concejo, todos perpetuos. Entre los caballeros, escuderos e hijosdalgo de la villa nombraron 48 hombres, 24 del linaje de Arriba y 24 del linaje de Abajo. Escribieron sus nombres en papeles blancos y, de dos bonetes, sacó la Reina seis papeles de uno y seis de otro y fueron nombrados regidores perpetuos. De los 36 restantes, sacó los nombres del procurador y del escribano del Concejo.

          En julio de 1477, doña Isabel llegó a Sevilla para pacificar también Andalucía. Don Fernando llegó en septiembre. Juntos, lo consiguieron, incluso concertando treguas con los moros. Ya en Guadalupe, siguió consiguiendo adeptos, incluso al rey de Francia, excepto el rey de Portugal, que seguía en sus trece de obtener Castilla y que había conseguido una Bula del Papa autorizando su casamiento con La Beltraneja. Doña Isabel pidió al Papa que anula esta Bula explicándole el peligro de más guerras y el Papa la anuló.

          El 19 de enero de 1479, a los 82 años, murió don Juan de Aragón, padre de don Fernando, que así heredaba los reinos de Aragón, Valencia y Sicilia, el principado de Cataluña y demás señoríos, con lo que, unidos al reino de Castilla heredado por Isabel, quedaron convertidos en los Reyes más poderosos de la Cristiandad.

          Estando en Trujillo tomaron, en símbolo de unidad, un yugo, que empieza con Y, como se escribía entonces el nombre de Isabel, y cinco flechas, que empiezan con F, como el nombre de Fernando. Antonio de Nebrija, que vivió algún tiempo en Plasencia enseñando latines y humanidades a don Juan de Zúñiga, sugirió lo de “monta tanto” en memoria de lo que hizo Alejandro Magno, que, no pudiendo desatar el yugo de un carro, cortó con la espada la coyunda y exclamó: “Tanto monta el cortar que el desatar”.

          Don Fernando, nuevo rey de Aragón, entró en su reino el 22 de junio de 1479. Y, mientras tanto, doña Isabel sigue intentando pacificar Extremadura, donde se han rebelado don Alonso de Monroy que se siente traicionado al reconocer la Reina a don Juan de Zúñiga como maestre de la Orden de Alcántara, y la condesa de Medellín por negarla Mérida, así como conseguir las paces con Portugal, aunque su Rey considera deshonroso dejar la empresa de Castilla.

          En los tratos se reconoce a doña Isabel como reina de Castilla y a la Beltraneja se la ofrece casarse con el hijo de doña Isabel, don Juan, que tenía unos meses de vida, o entrar en un convento. Eligió el convento y vivió soltera hasta los 68 años de edad, en 1530, aunque alternaba el convento y los palacios y era considerada por el rey de Portugal como “Excelente señora”. Antes de morir cedió sus derechos al trono de Castilla al nuevo rey Juan III de Portugal. Hasta el propio don Fernando de Aragón, cuando enviudó de doña Isabel, intentó ganar su mano, y sus derechos. Fue el sexto pretendiente.

           Las siguientes cláusulas del contrato serán:

          Concertar el matrimonio del infante don Alonso de Portugal con la infanta doña Isabel, hija de los reyes de Castilla y Aragón.

          El trato la navegación y la mina de oro de Guinea quedaban para Portugal.

          Las islas Canarias, conquistadas y por conquistar, para Castilla.

          Quedaban como rehenes el infante y la infanta prometidos y las fortalezas fronterizas de Androal, Veiros, Troncoso y Alegrete.

          Que la Reina perdonase al Clavero (don Alonso de Monroy) y a la condesa de Medellín doña Beatriz Pacheco, los que no podrían ser acogidos en Portugal para hacer guerra.

          Quedó firmado el tratado el 30 de septiembre de 1479 en Trujillo.

          Doña Isabel salió de Trujillo hacia Toledo el 30 de octubre de 1479, a donde llegó don Fernando y el 6 de noviembre, apenas llegar, nació su hija Juana.

          Anécdota: Doña Isabel recomendaba al cronista Hernando del Pulgar que, cuanto hiciesen ella o su marido, se lo atribuyese a los dos. El cronista anotó el nacimiento diciendo: “En tal día y en tal hora, parieron Sus Majestades”.

          Los Reyes decidieron hacer Cortes en Toledo en abril de 1480 para ordenar el Reino, todavía convaleciente de los males producidos por el mal reinado de Enrique IV y las continuas guerras y robos de los hombres fuertes. Se acuerda lo siguiente:

          Examinar las mercedes alcanzadas con violencia en pasadas rebeliones y “quitar lo ganado por mercedes enriqueñas”. Se exceptuaron las hechas a iglesias, monasterios, hospitales y pobres.

Cortes de Toledo

          Señalar a los consejeros la misión de cada uno, “en el dicho su Consejo y en otras asaz cosas”:

          -Administración de la justicia en toda España.

          -Seguridad de los caminos.

          -Ordenación de las costumbres.

          -Convivencia de los cristianos con los moros y judíos.

          -Evitar tiranías de los alcaldes.

          -Conservación de la fe.

          -Mantenimiento de los pobres.

          -Castigo de los malos y premio de los buenos.

          -Unidad de España: en el dogma, en la moral, en la política y en la geografía.

          -Jura al príncipe don Juan como heredero de las coronas de Castilla y León.

          El rey don Alonso de Portugal falleció el año 1481 y subió al trono su hijo don Juan, que mostró una enemistad cruel con los nobles portugueses que habían mostrado simpatía por los reyes de España, matando a muchos de ellos.

          El 24 de mayo de 1483 se deshacen los acuerdos de Trujillo y el proyectado matrimonio del príncipe don Alonso con la infanta doña Isabel de Castilla.

Los placentinos, cansados del señorío, de las arbitrariedades y las discordias de los Zúñigas, hicieron una conjura para que vuelva a ser ciudad de realengo.

Si los Reyes aceptaban la conjura, alzarían la voz por los reyes de Castilla. Los Reyes aceptaron y prometieron ayuda y recompensas.

El 18 de octubre de 1488, desde la ermita de Fuentidueñas, caballeros y labriegos, atacaron la ciudad a medianoche, rompieron con hachas la puerta de Trujillo y entraron los de a caballo. Los conjurados salieron de sus casas y aquella noche tomaron gran parte de la ciudad apellidando la voz de los Reyes: ¡Plasencia, Plasencia por los reyes don Fernando y doña Isabel!

Fatigada y maltrecha la gente del Duque capituló pidiendo condiciones. A la fortaleza se la puso sitio.

La noticia del levantamiento llegó a don Juan de Zúñiga, que estaba en Béjar. Pensando que sería una simple algarada, se dirigió a Plasencia con algunos de a caballo, pero don Juan de Sande que estaba vigilante, le tendió una celada y le apresó. Preso el Maestre, se entregó la fortaleza.

El 20 de octubre de 1488, cuando llegó el rey don Fernando, ya estaba pacífica y segura en manos de los Carvajales.

El Rey entra en Plasencia por la puerta de Trujillo y se fue a la catedral. A la puerta de Santa María, don Diego de Jerez ante todo el pueblo y los acompañantes del Rey le pregunta si jura guardar y defender sus fueros y privilegios, usos y costumbres. “Sí juro”, contestó don Fernando. Los placentinos le hicieron homenaje como rey de Castilla y señor de la Ciudad.

Plasencia Puerta de Trujillo

          Con la victoria definitiva sobre el reino de Granada, para los Reyes Católicos era un asunto de primera magnitud hacerse con el control de las Órdenes Militares por el poder económico de estas instituciones y por el poder político que tenían sobre ellas los grandes linajes de la nobleza que, en muchas ocasiones, le habían utilizado en su interés personal. Las primeras Órdenes que cayeron en su poder una vez fallecido el Maestre, fueron la de Calatrava y la de Santiago, en 1489 y 1493 respectivamente.

          El 18 de diciembre de 1491, el rey Católico Fernando II de Aragón consiguió del Papa Alejandro VI la concesión del título de Gran Maestre de la Orden de Alcántara con carácter vitalicio. Entonces, los territorios de los alcantarinos abarcaban parte de la actual provincia de Cáceres en su límite con Portugal, las estribaciones de la Sierra de Gata y gran parte de la zona oriental de la provincia de Badajoz (la comarca de La Serena). Una extensión aproximada de 7000 km², sin incluir algunas posesiones aisladas en Andalucía y Castilla. (Wikipedia)

Escudo de la Orden de Alcántara

 Posesiones de la Orden de Alcántara (en color verde)

Don Gutierre de Sotomayor.

Maestre de Alcántara, otorga su testamento el 12 de octubre de 1453. Por su estado, tenía votos de pobreza, obediencia y castidad, que no cumplió en absoluto.

          Poseía más de 500.000 hectáreas de terrenos, era señor de unos 100.000 vasallos y su hacienda valdría hoy unos 1.200 millones de euros.

          Era gran mujeriego, inconstante, apasionado y generoso. Cuando terminaba una relación, si era doncella, la dotaba para que hiciese buen casamiento y, si era casada, beneficiaba al marido para que tuviesen holgura en el vivir.

          Su pasión excesiva le agotó y murió a los 53 años y a todas hace mención en su testamento y las lega un buen pasar: 3.000 maravedís a unas para que acrecienten su casa y a otras para que hagan un buen casamiento.

          De Villanueva de la Serena, a las hijas de Arias González, del pintor Fernán Alonso, de Juan de Medellín, de Fernán González de Mostro y a la nieta del bodeguero. En Zalamea, a las hijas de Gonzalo Sánchez, de Pedro López, de Lope García y a la nieta de Gonzalo Núñez. En Alcántara a las hijas de Francisco Braseros, de Álvaro Gallego y de Santiago, santero de la ermita de Nuestra Señora de los Hitos, patrona de la villa. En Campanario, a las hijas de Lorenzo Fernández y de Lope García. En Puebla de Alcocer, a María García y a la hija del pregonero. En Valencia de Alcántara, a la criada del Comendador. En Castuera, a la hija de Diego Flores. En Belalcázar, a la hija del hortelano. En Cabeza del Buey, a una doncella de la que no dice nombre. En Coria, a la hija del carnicero Juan Alonso. En Cáceres, a Beatriz Mexía, mujer de Alonso Delgado, criado del Maestre.

          Nombra quince hijos en su testamento.

          A cuenta de estos galanteos corrió algunos peligros, como el que le sucedió en la finca Araya, del término de Brozas. Invitó a don Juan Alfonso de Migolla, de Cáceres y dos compañeros de este: don Diego Cáceres Ovando y don Juan de Saavedra, después de haber cortejado a doña Jimena Álvarez, esposa del Migolla. Este, dolido por su descaro, le asestó una lanzada y le derribó del caballo, dándole por muerto. Cáceres y Saavedra huyeron hacia Aragón y Migolla a Sevilla donde le prendieron los hombres del Maestre, le trajeron a Alcántara y le ejecutaron. Tiempo más tarde, un familiar del ejecutado, don Diego Migolla, se casó con doña Juana de Sotomayor, hija de don Gutierre.

          De entre sus hijos, elige a Alonso y a Juan, se supone que Sotomayor, para crear dos mayorazgos, el de Alonso con dieciséis pueblos: Belalcázar, Puebla de Alcocer, Casas de don Pedro, Herrera, Fuenlabrada, Helechosa, Bodonal, Alía, Valdecaballeros, Castilblanco, Sevilleja, Hinojosa, Bélmez, Fuenteovejuna, Espinal y Milagro.

          A Juan la correspondieron Alconchel, Cheles, Zahino y “los collares que tenían empeñados el condestable de Portugal y el conde de Medinaceli.

Castillo de Belalcázar

          Entre los hijos segundones y las amantes repartió otra fortuna entre muchas pequeñas heredades, ganados, ropas, oro, plata, objetos de culto y otras cosas de valor. Se comenta que, siglos más tarde, el duque de Osuna, con los restos de esta hacienda, asombraría a la corte de los Zares.

Don Alonso de Sotomayor.

Heredero del mayorazgo fabuloso del maestre don Gutierre, se casó con doña Elvira de Zúñiga, hija de don Álvaro de Zúñiga y de su primera mujer doña Leonor de Manrique, con la que tuvo dos hijos, don Juan y don Gutierre de Sotomayor.

          A don Alonso, en 1455, le mató en Deleitosa un criado de don Hernando de Monroy, señor de Bélvis y primo hermano suyo. Pasó don Alonso por Monroy y don Hernando le hospedó con mucho agasajo. En aquel tiempo se practicaba la lucha entre caballeros y don Alonso rogó a don Hernando que luchasen.

Este se excusó porque sabía que don Alonso se enojaba mucho si perdía, pero porfió tanto que tuvo que hacerlo.

Don Hernando, hombre de mucha fuerza, dio con don Alonso en el suelo, que se encolerizó y le insultó. Volvió a exigirle por segunda vez la lucha y don Hernando se excusó, que no quería disgustarle, pero con esto se agravió más don Alonso que volvió a insultarle, aunque don Hernando de Monroy no le quiso dar importancia y lo tomó a broma.

No lo hizo así un criado suyo, N. Paniagua, que con su espada le dio una estocada y murió. Parece ser que Paniagua había sido paje de don Alonso y que este le mandó dar cien azotes por perderle un alcón en una cacería. Mozo hidalgo y presuntuoso, se fue de su casa a la de don Hernando y encontró aquí el momento de vengarse.

Don Alonso de Monroy.

          Don Gutierre de Sotomayor, maestre de Alcántara, tenía una hermana, doña Juana de Sotomayor, casada con don Alonso de Monroy, señor de Belvís, Deleitosa y Almaraz. Tuvieron dos hijos:

Don Fernando de Monroy, que heredó el mayorazgo de Almaraz, Belvís y Deleitosa y al que por su estatura le llamaban El Gigante.

          Don Alonso de Monroy, segundón y sin fortuna, pero adornado en su persona con prendas de valía.

          Al quedar huérfano de padre, su madre envió a don Alonso con su tío el maestre que “le recibió con júbilo”.

Castillo de Belvís de Monroy

          Don Alonso de Monroy “tenía prestancia: el cuerpo, alto, membrudo, de grandes fuerzas, bien proporcionado en sus partes; el rostro, agradable, bien parecido; los ojos garzos, hermosos, cortos de vista, más linces de noche que de día; las costumbres, honestas para aquellos tiempos, sencillas, moderadas en el comer y beber; el trato, de afecto: quien le conocía una vez, se le aficionaba para siempre; el pelo, algo jaro; la color, trigueña; las cejas, hirsutas; la nariz, de pico de águila; el carácter, amistoso: “sólo una ley suprema tuvo siempre, la amistad leal, la amistad de buen cuño, particionera en las venturas y en las tribulaciones, firme en todo y por todo””.

          Don Gutierre, en Alcántara, le enseñó a jugar con todas las armas, a regir un caballo, a soportar el hambre y la sed, el cansancio y la fatiga. Con solo 20 años le nombró Clavero de la Orden y la encomienda de Ceclavín.

          En las discordias y banderías de Extremadura en el reinado de Juan II, “le envió muchas veces a batallas y combates de castillos y en todos ponía espanto por la edad que tenía. Fue siempre el primero en atacar y el último en salir de la batalla, sin cansancio. Sus armas eran tan pesadas que nadie las podía aguantar. Tenía que mudar caballos porque no podían sufrir su peso y tenía que usar dos o tres cinchas. Siempre peleó con tropas mayores que las suyas y siempre salió vencedor”.

          Sirvió lealmente al rey Enrique IV.

La Orden de Alcántara. Los Monroy.

          Esta familia contaba, entre sus miembros, algunos de los hombres y mujeres más aguerridos de la época.

          Don Fernando de Monroy, el Gigante, señor de Belvís y otros lugares y hermano de don Alonso, clavero de Alcántara, reclamaba a su tío don Rodrigo, señor de Monroy y las Quebradas, esta hacienda, por lo que estaban enemistados. Don Fernando llamó en su ayuda al maestre don Gutierre y a su hermano don Alonso, el Clavero y don Rodrigo a sus deudos y amigos de Extremadura y Salamanca y los de su mujer doña Mencía Alfonso de Orellana. El asedio de Monroy duró desde el 1 de octubre de 1452 hasta el 1 de enero de 1453 en que entraron por fuerza los sitiadores, con don Rodrigo herido en un ojo y un brazo y muchos de los suyos muertos y heridos.

          Poco después don Rodrigo murió y heredó su casa y estado su hijo Hernando de Monroy, que llamaban El Bezudo por tener abultado el labio inferior. Como a su padre, vinieron a sitiarle a Monroy, aguantando siete meses atacando y contraatacando, en que comieron caballos, gatos y ratones. Obligado por el hambre y herido, aceptó la oferta del maestre de llevarlo consigo y a sus caballeros. Quedaron todos libres excepto el Bezudo, preso en Belalcázar. Una carta de Enrique IV ordenó que se le pusiera en libertad.

Castillo de Monroy

          Una vez libre, llamó a su gente y se fue a sitiar el castillo de Monroy. Como estaba bien guarnecido, don Fernando no se preocupó y en la noche de Navidad, mientras en Belvís estaban oyendo maitines, el Bezudo varió la ruta y entró Belvís atacando el castillo inexpugnable. Los defensores llamaron en su auxilio a los de Monroy. Esto es lo que esperaba el Bezudo que, dejando parte de su gente combatiendo el castillo, lo mejor se fue con sigilo sobre Monroy, cobrando así la villa y la fortaleza.

          El Bezudo, el Gigante y el Clavero anduvieron siempre enemistados menos cuando se amigaban para atacar a algún tercero. Señores de la guerra.

Don Gómez de Cáceres.

Después don Gómez de Solís y Cáceres, en 1453 fue nombrado maestre de Alcántara por Enrique IV a la muerte del anterior, don Gutierre de Sotomayor. Era el segundo hijo, por lo tanto, segundón, de don Fernando Álvarez de Toledo, cuarto señor y primer conde de Oropesa, y de doña Mayor Carrillo de Toledo, hija a su vez de don Fernando, primer conde de Alba de Tormes, señor de Pasarón y Garganta la Olla. Su hermano mayor era don Gutierre de Cáceres y Solís, conde de Coria.

Alcántara. Convento de San Benito

Deseando el Rey hacer favores a sus partidarios, le nombró Capitán General de toda Extremadura y fue el que dio Coria a su hermano don Gutierre. También consiguió este, el señorío de Cáceres y Badajoz durante muchos años.

          El clavero de Alcántara, don Alonso de Monroy, aceptó el nombramiento de don Gómez como maestre, pero “se le entristeció el corazón por la injusticia que cometieron”, pues pensaba que por méritos de guerra y por servicios al Rey, era él el más indicado para este cargo y no un simple paniaguado.

          1464. Don Gómez de Cáceres y Solís tiene una hermana, doña Juana de Solís, que ha concertado matrimonio con el trujillano don Francisco de Hinojosa. Don Gómez, ya maestre de Alcántara, tuvo en poco a este Hinojosa, pero ella esperó varios años hasta que, cansada de dilaciones, recibió al galán por la ventana de una torre “y de aquella vez quedó la dama encinta”. Se aceleró la boda, aunque mantuvieron en secreto el lance. Don Gómez mantiene casa en Cáceres y es aficionado a la ostentosidad, así que viene gente de todo el Reino. También don Alonso de Monroy y todos se preguntan si saldrá a luchar con otros caballeros como era costumbre. Se sabe que en estos combates festivos don Alonso lucha con la mano izquierda atrás, atada, para dar más ventaja al oponente y nunca ha sido derribado. Ninguno le quería retar, por lo que el novio le requirió, excusándose don Alonso. Hinojosa insistió e incluso don Gómez se lo pidió y ya no se pudo negar. Pero al decir que le atasen la mano izquierda, desistieron, aumentando el resentimiento.

          En el juego de cañas del día siguiente, que consistía en lanzar cañas por encima de unos palos muy altos, don Alonso tiró una lanza mucho más pesada por encima de los palos. Lo tomaron los demás como una afrenta y le atacaron hasta que el Maestre, para evitar una matanza, le pidió que se diera preso y lo llevó a Alcántara. “Por causa de este caballero y de sus desposorios se descubrieron las malas voluntades que se tenían el Clavero y el Maestre, que después tanta sangre y desasosiego costó a Extremadura”.

          Preso don Alonso en la torre más segura de Alcántara, quebrantó puertas, desquició cerrojos y escapó de la prisión. Convoca a sus deudos y amigos y consigue reunir 80 de a caballo y algunos infantes frente al Maestre que siempre tiene a punto 800 lanzas.

          El Clavero, una noche oscura de ventisca, ataca Azagala, fortaleza de la Orden con más de 200 hombres que fueron muertos a cuchillo o presos. Ya tiene una fortaleza a la que abastece y fortifica y desde ella “pecorea en las tierras del Maestrazgo”. El Maestre manda asediarla con más de 1.000 entre peones y caballeros y los sitiados no llegan a 100, pero, con argucias de buen guerrero, “fuese alargando esta guerra y estaban tan trabajados unos y otros, con la contumacia de tantos asaltos, que faltaban ya las fuerzas y no había quien lo pudiera sufrir”. Los sitiadores, corridos, temerosas, fatigados, levantaron el asedio.

          En 1465, el Maestre fue a Plasencia a ponerse al lado del Infante don Alfonso, que tenía allí su corte, con los Zúñiga, mientras que el Clavero seguía fiel a don Enrique IV.

          Dicen que el Maestre, con los caballeros de la Orden, pudo decidir la balanza entre los Reyes, pero no lo hizo porque tenía bastante con las hazañas del Clavero.

          A petición del Rey, don Alonso tomó Trevejo y más tarde y con la ayuda de su hermano don Fernando el Gigante, Coria. El Maestre pidió ayuda a su hermano el Bezudo, a don Álvaro de Zúñiga y a otros caballeros y con casi 4.000 entre jinetes y peones asedió Coria, pero la mitad de su ejército, al ver las malas artes del Maestre (ahorcaba a los prisioneros mientras el Clavero los agasaja, uno cumple los trueques y el otro no) abandona el asedio. Al final, el Bezudo, Monroy al fin y al cabo, evitó que la derrota del Maestre fuera total y que llegaran a un acuerdo cediendo y consiguiendo ambos parte de sus pretensiones.

          El Maestre se arrepintió del acuerdo y volvió a reclamar al Clavero los castillos de Trevejo, Mayorga y Piedrabuena diciendo que eran de los comendadores, a los que les dio 2.000 lanzas y otros a pie y a caballo para atacar Piedrabuena. En lo más crudo del invierno, el Clavero y las 200 lanzas más escogidas cabalgó toda la noche desde Montánchez y llegó a Piedrabuena antes de romper el día.

Como venían muy en orden, desbarataron a los del Maestre que estaban descuidados alrededor de grandes fuegos y pasaron a cuchillo a los más. Los demás huyeron dejando gran despojo. La fama de don Alonso traspasó las fronteras de Castilla convirtiéndose en mito “entre herejes y paganos”. Los que habían cercado Mayorga, temerosos, levantaron el campo y se fueron a Cáceres con el Maestre.

          Festejando las victorias en Azagala, el Clavero recibió una carta de un deudo suyo diciéndole que vaya a Cáceres, que le darían franca la puerta de Coria porque la nobleza estaba dividida entre el Bando de Arriba, partidarios del Clavero y de Enrique IV y el Bando de Abajo, del Maestre y del infante don Alfonso, que había muchos encuentros sangrientos entre ambos. Don Alonso manda ensillar los caballos y antes del alba llegan a Cáceres.

Entran por la puerta de Coria, llegando la noticia al Maestre y los que le seguían y todos salieron huyendo “a puto postre, como cualquier bellaco hiderruín” por otra puerta y quedó la ciudad en su poder y en servicio del Rey.

          Fray Gutierre de Raudona, tío de don Alonso, quiere recuperar Brozas, de la que era comendador, que le ha quitado el Maestre por ayudarle. Con 250 lanceros y 250 peones, los mejores, llegó a Brozas y dispuso el asedio.

Dos meses pasaron y los de Brozas pidieron ayuda al Maestre que, con 600 lanzas y 500 infantes, llegó hasta Garrovillas donde paró para organizarse y espiar la disposición del Clavero. Mandó media docena a caballo para decir al Clavero que se fuera. Mientras tanto, la mayor parte de los asediadores se escondieron dando la sensación de tener pocas fuerzas. Así se lo dijeron al Maestre, quien se envalentonó y amenazó con destruirlos, organizando una gran fiesta para esa noche.

Castillo de Brozas

A las tres de la madrugada el Clavero y los suyos “acometieron con tanto coraje y esfuerzo que rompieron las guardas y, de los otros todos, que sin armas salían en camisa, fueron presos y muchos muertos. Y el Maestre y el conde de Coria, su hermano, casi desnudos, escaparon en dos caballos ligeros y se fueron a Alcántara”. Consiguió además muchos bastimentos para los suyos de Brozas, que se les entregó, dándosela a su tío el comendador.

          La fortaleza de Alburquerque se había levantado contra su duque don Beltrán de la Cueva, que la había obtenido a cambio del maestrazgo de Santiago, que pasó al infante don Alfonso por intrigas del marqués de Villena. El duque pidió ayuda a don Alonso de Monroy, su amigo y fiel servidor de Enrique IV. Este, aceptó y, con 200 caballos y 400 peones marchó sobre Alburquerque donde unos criados suyos les facilitaron la entrada. Luego asedió el inexpugnable castillo. Los enemigos, con muchos caballos y peones y jactándose de su poderío, vinieron robando ganado por donde pasaban. Don Alonso dejó a los infantes en el asedio y marchó contra sus enemigos con 200 lanzas.

Don Beltrán de la Cueva

Huyeron los de a caballo del Maestre hacia donde estaban los peones, pensando que, al ser muchos, podrían salvarse, pero también salieron huyendo recibiendo notable estrago y devolviendo el ganado robado a los vecinos.

Don Alonso llamó a don Beltrán y le hizo entrega de la población y del castillo, que se había rendido y “donde podían estar 200 caballos y 2.000 soldados de presidio y tienen en lo alto agua para beber, caballerizas para los caballos, aposentos para la gente y misa perpetua para todos los días, y hornos y herrerías y fraguas y las cosas necesarias para un presidio”.

          Con motivo de una disputa territorial en Salamanca y Extremadura entre don Álvaro de Zúñiga y el conde de Alba, el maestre don Gómez se declaró a favor del segundo y tuvo reñidos encuentros con don Álvaro. Aprovechó esta circunstancia doña Leonor de Pimentel y se alió con el Clavero don Alonso de Monroy para luchar contra el Maestre, ya que pretendía, en secreto, el maestrazgo para su hijo don Juan. El Clavero, aprovechando estas guerras, reunió a sus mejores lanzas y tomó Zalamea. Para ello llamó a los amigos que ya tenía:

          Conde de Feria.

          Frey Gutierre de Raudona, su tío y comendador mayor.

          Frey Pedro de Villasayas, de Santibáñez.

          Frey Gonzalo de Raudona, comendador de Lares, con la gente de doña Elvira de Zúñiga, condesa viuda de Belalcázar, hijastra de doña Leonor de Pimentel e hija de don Álvaro de Zúñiga y de su primera mujer.

          Otros caballeros y comendadores partidarios de don Alonso.

          Después hizo derribar la fortaleza de Ceclavín para que sus enemigos no se hicieran fuertes en ella.

          1469. Estando los condes de Plasencia en Trujillo y en Arévalo respectivamente, Plasencia no tiene casi guarnición por lo que don Gutierre de Solís, conde de Coria y hermano del maestre don Gómez, envía al capitán Pedro de Carvajal con 120 de a caballo a robar el alfoz de Plasencia y Malpartida haciendo gran presa de ganados y marcharon hacia Coria. Don Hernando de Monroy, el Bezudo, que estaba en Plasencia, pidió al alcaide y al alguacil 60 de a caballo y, aunque estaban lejos, los alcanzó. Siendo muy superiores en número, los de Coria no pudieron con don Hernando y los suyos y le volvieron las espaldas dejando 20 muertos, 18 prisioneros y los ganados. Con este comportamiento, el Bezudo sintió ojeriza contra el Maestre y se inclinó hacia el Clavero don Alonso de Monroy, su primo.

          Un mensajero, secretamente, trae a Zalamea un mensaje de Alcántara pidiendo ayuda a don Alonso contra el Maestre. Que le darán entrada en la villa y que le será fácil apoderarse de ella. Partió don Alfonso con 500 jinetes y 500 infantes, táctica que le gusta emplear para llevar a los infantes a la grupa de los caballos y que lleguen pronto y descansados.

La puerta de la villa se la abrió un fraile que enseñaba a leer a los niños de Francisco de Hinojosa cuñado del Maestre y encargado de la defensa, y los del Clavero la tomaron por fuerza.

Alcántara. Puente y castillo

Los defensores se retrajeron al Puente romano y a la fortaleza, donde se hicieron fuertes, decidiendo don Alonso rendirlos por hambre impidiendo la llegada de socorros. Hinojosa descubrió la traición y mandó arrojar al fraile al Tajo desde el puente.

          El maestre don Gómez de Cáceres y Solís estaba en Coria, donde juntó 700 de a caballo y más de 2.000 de a pie y pregonó que marchaba hacia Alcántara, pero cambió de rumbo y fue sobre Zalamea fingiendo que eran tropas del Clavero que venían derrotadas de Alcántara. Ya noche oscura, les abrieron las puertas y entraron los del Maestre matando, hiriendo y cogiendo presos a muchos, porque los “hallaron, a todos casi, en sus casas descuidados”. Don Gómez volvió a Coria para reunir gente contra don Alonso de Monroy. Este no se movió de Alcántara por el peligro que correrían los que la habían ayudado. “Quería más morir con ellos que desampararlos”.

          Don Hernando de Monroy, el Bezudo, estando en Plasencia y a pesar de llevarse mal con sus primos don Fernando y don Alonso de Monroy por cuestiones de heredamientos, al enterarse de que el Maestre iba a Alcántara a socorrer a los sitiados, decidió ayudar a su primo don Alonso y con 30 de a caballo y algunos infantes, salió esa noche de enero de 1470 de Plasencia. Le acompañaban:

          Luis de Carvajal

          Alonso de Trejo

          Diego Pizarro, hermano del capitán Gonzalo Pizarro, el romano, padre de los conquistadores del Perú

          Rodrigo de Yanguas

          Francisco Bote

          El regidor Pedro Ahumada y otros.

          Pasaron por Galisteo hacia Santibáñez. La rivera de Gata estaba muy crecida y muchos no se atrevían a pasar, pero el Bezudo espoleó a su caballo y los demás le siguieron. “Solo murió un escudero”.

          Poco a poco, los dos ejércitos se van reforzando, el Clavero con 900 hombres y el maestre con 4.000, todos hombres de armas muy escogidos. Los del Maestre atacan con ímpetu y furia, cayendo los caballos en unos hoyos disimulados y “los más cayeron muertos o presos”. Atacó la infantería lanzando cantidad de flechas e hiriendo a muchos, pero el Bezudo, el Gigante y otros caballeros, como Garci Laso de la Vega, pasaron por un paso seguro entre los hoyos y bien ordenados atacaron a los del Maestre. Después de una muy cruenta batalla en la que hubo muchos muertos y heridos, entre ellos el Maestre, el Clavero y el Bezudo, el primero tuvo que huir a Coria dejando 500 de los suyos presos. Durante mucho tiempo se cantaron muchos romances en alabanza del Clavero que, hasta herido, estaba siempre en los mayores peligros, salía de noche a buscar la comida y nunca hizo cama.

          Coria ya no pertenece a don Gómez de Cáceres y Solís porque se la dio en prenda al duque de Alba para que les ayudase contra el Clavero y, como la derrota fue tan grande, no la pudieron desembargar. Ahora el duque de Alba, aunque ayuda a don Gómez, lo hace tan escasamente que nunca podrá este recuperar Coria. Tampoco a los condes de Plasencia les interesa la victoria total del Clavero, pues podría llegar a ser Maestre de Alcántara y doña Leonor de Pimentel quiere ese cargo para su hijo don Juan de Zúñiga.

Castillo de Coria

          El Clavero, don Alonso de Monroy, que sospechaba esta maniobra, reunió al prior, a los comendadores, a los freires y a los clérigos de la Orden de Alcántara que le seguían y les expuso sus razonamientos contra don Gómez de Solís: su vida ostentosa, llena de licencias, los deservicios y traiciones contra Enrique IV, su Rey y señor natural, la enajenación de villas y encomiendas de la Orden a favor de sus deudos y hermanos, su condición áspera, recia y desconsiderada para sus vasallos y súbditos y le depusieron en su cargo y eligieron para administrar la Orden al clavero don Alonso de Monroy. El pontífice Paulo II, previa información, lo confirmó por poderes en Salamanca el 16 de agosto de 1470. Don Gómez, no lo acató y siguió llamándose Maestre.

          Doña Leonor de Pimentel, esposa de don Álvaro de Zúñiga, exagerando los males que padecía la Orden de Alcántara con las luchas del Maestre y el Clavero, propuso al Rey que la autorizase a pedir a Roma el maestrazgo de esta Orden para su hijo don Juan de Zúñiga cuando vacase por muerte o deposición de don Gómez de Cáceres y Solís.

El Rey, gustoso y agradecido, accedió a la súplica, con lo que doña Leonor dio el primer paso. Doña Leonor tenía amistad con el papa Sixto IV (Francisco della Rovere), “antiguo procurador de los Franciscos, huésped que fue suyo cuando anduvo por Castilla; teníale ganado a ruegos y a dádivas, a cruces y a calvarios”, de forma que este firmó la concesión en Roma el 20 de febrero de 1472 y negó la investidura de don Alonso de Monroy.

Papa Sixto IV

Los primos Monroy están enemistados otra vez por cuestiones de honra y hacienda, lo que aprovechó doña Leonor para proponer a don Fernando de Monroy un trato: ella mediaría para que el Clavero y los defensores del puente y de la fortaleza de Alcántara llegaran a un acuerdo y los dejaran en manos de don Fernando, so pretexto de guardar los tratos. Luego don Fernando se los entregaría a ella, dándole en pago, entre otras cosas, dos millones de maravedíes en rentas sobre sus vasallos, o de su marido, que ya estaba viejo y achacoso para estar metido en estos asuntos. Don Fernando, por la enemistad con su hermano, aceptó el trato.

          Doña Leonor manda a todo su ejército a Alcántara al frente de Hernando de Hontiveros, con tres objetivos:

          Prender o matar a don Alonso de Monroy.

          Apoderarse de la fortaleza de Alcántara.

          Si otra cosa no podían, forzar tratos con el Clavero y los defensores del castillo.

          A pesar de exceder sus tropas a las del Clavero, no consiguen nada, así que doña Leonor, más ducha en tratos que en guerras, los inició con muchas idas y venidas y, aprovechando que los combatientes de ambos bandos estaban ya más cansados de estos negocios que de la misma guerra, concertaron poner la fortaleza bajo la custodia de don Fernando de Monroy. Don Alonso podía entrar y salir, pero con solo cuatro criados. Pero, receloso de haber sido engañado, consiguió introducir a un grupo de sus hombres más valientes y se hizo fuerte. Echó a don Fernando porque “era persona extraña a la Orden y que le correspondía a él guardarla como Clavero y Gobernador”. Doña Leonor pensó que los Monroy la habían traicionado y atacó Belvís, donde resultó muerto un hijo de don Hernando, de 12 años. Cuando la Duquesa (de Arévalo) se enteró de todo, retiró el cerco, con lo que todos perdieron: doña Leonor, enfrentada con el Clavero, don Fernando de Monroy, la renta ofrecida y don Hernando, un hijo. Salió vencedor don Alonso de Monroy, que llamó a la Orden y acordaron elegirlo como Maestre el 27 de marzo de 1473. Desde Alcántara marchó a la Corte a rendir homenaje a Enrique IV y ofrecerle los castillos de la Orden. Cuando llegó a Alcántara, se encontró con la noticia: doña Leonor había difundido la Bula del Papa Sixto IV y se había unido con don Gómez de Cáceres y Solís, con el conde de Alba, la condesa de Medellín, el maestre de Santiago y otros caballeros para destruir a don Alonso.

          Los tres Monroys, “cuyas hazañas se cantaban por esquinas y plazuelas, en aldeas y ciudades, en la Corte y en palacios alternos”, de nuevo, depusieron su enojo y se volvieron a unir. Se habían juntado en el castillo de Montánchez para quitar a don Gómez de Cáceres y Solís las fortalezas que pertenecían a la Orden y allí reciben la noticia de su fallecimiento en Magacela. Don Alonso fue a Alcántara, reunió a la Orden e hizo de le confirmasen de nuevo su nombramiento de Maestre. Después volvió a Montánchez para iniciar la conquista de las fortalezas. “Se hacían la guerra muy cruda y, en tal manera se asoló la tierra en toda Extremadura, que casi no se cogió pan ninguno y los labriegos andaban como esclavos entre guerreros”.

          Don Francisco de Solís, sobrino de don Gómez de Cáceres, fue a Montánchez a proponer a don Alonso las paces casándose con una hija suya, (don Alonso no estaba casado, pero tenía siete entre hijos e hijas) y quedando Magacela para él y que el hermano de don Francisco, Pedro de Pantoja se haría cargo de Piedrabuena. Así se apaciguarían las diferencias y quedarían amigados y parientes y le invitó a ir a Magacela a concluir el trato.

Don Alonso, noble y confiado partió sin hacer caso de las advertencias del Bezudo, de sus amigos y del conde de Feria, que le decían que era una trampa. Don Francisco de Solís le ofreció agasajos y una gran cena. Al servir el yantar, destapan una fuente y vio que la comida eran unos grillos. No pudo hacer nada ante todos los hombres curtidos que se le abalanzaron. Enfadado, le dice a don Francisco:

Castillo de Magacela

          “Hijo, ¿es hecho de caballero hacer tal traición?

          Respondió el traidor:

          Padre seáis vos de todos los diablos, que mío no lo seréis.”

          Con grillos y cadenas metieron a don Alonso en la torre más fuerte del castillo, junto con su hijo natural don Francisco de Monroy y frey Martín de Rol, caballero de la Orden de Alcántara, con la intención de matarlo. Convencido de que iba a morir, se durmió plácidamente, lo que asombró a amigos y enemigos, a los que les dijo:

          “Los hombres de guerra han de velar para hacer su hecho, y al mal suceso, dormirle para no sentirlo.” Año 1474.

          El Bezudo se dio cuenta de la traición cuando el caballero Juan Guerra intentó atacarle. En el enfrentamiento, el Bezudo le atravesó con su lanza y cayó muerto. Don Francisco de Solís no se atrevió a matar a don Alonso por temor a la venganza del Bezudo y reunió a los comendadores y clérigos de la Orden de Alcántara que habían seguido a don Gómez, les pidió que le dieran el hábito de la Orden y que le hiciesen Maestre. Así lo hicieron y don Francisco empezó a llamarse Maestre Electo.

          Los príncipes don Fernando y doña Isabel intercedieron por la libertad de don Alonso, pero el Electo no les hizo caso.

          Mientras tanto, doña Leonor de Pimentel preocupada por si la muerte de don Gómez de Cáceres y Solís pudiera influir en el nombramiento de su hijo, que solo tenía 12 años, y con la venia de Enrique IV, pidió a Roma tres cosas:

          1ª Confirmación de la Bula que reservaba el maestrazgo de Alcántara a don Juan de Zúñiga.

          2ª Dispensa de la edad para tomar el hábito y recibir el cargo de maestre.

          3ª Nombrar administrador de la Orden, en lo espiritual y en lo temporal, a don Álvaro de Zúñiga, hasta que don Juan pudiera hacerlo por sí.

          El 27 de abril de 1474, el pontífice Sixto IV, en Roma, firmó la Bula que accedía en todo a la súplica de doña Leonor, añadiendo “graves censuras para los que, dentro o fuera de la Orden, se opongan a sus letras apostólicas”. Con esta Bula sacó descomuniones contra el Electo y contra todos los que tuviesen fortalezas de la Orden y no se las dieran a ella, además de mandamientos del Rey para que se las entregasen. Hecho esto, “la Duquesa comenzó a tomar las armas, porque fue muy varonil, para sacar su maestrazgo de Alcántara de tantas manos, que no era poco”.

 

          Doña Leonor, en su nombre y en el de su marido, pacta otra vez con don Fernando de Monroy, el Gigante, comprometiéndose este en ayudarles a conquistar Alcántara a cambio del señorío de varias poblaciones y, con promesas a unos y amenazas a otros, consiguieron la entrega del castillo donde quedó la Duquesa, dueña de todo, mientras don Fernando iba por los castillos de la Orden recogiendo frutos de ingratitud contra don Alonso y en beneficio de doña Leonor:

  Leonor de Pimentel

          Hernando Centeno, entregó Eljas.

          Juan de Cieza, la Peña de Frey Domingo.

          Gonzalo de la Plata, Almenara.

          Doña Leonor gastó mucho dinero e hipotecó las rentas de la Orden a cambio de las fortalezas que iban entregando, aunque no todos los castillos fueron traidores y en algunos encontró oposición. Incluso consiguió convencer al Bezudo, que llevaba siete meses asediado en Zalamea, enseñándole las células del Rey y las Bulas del Papa, para que se la entregara.

          Entre tanto, don Alonso, aunque cargado de cadenas, consigue huir de Magacela descolgándose de la torre con una cuerda que se rompió. A causa de ello cayó al suelo con las manos heridas y las piernas desconcertadas y, aunque logró huir hasta el campo, le volvieron a capturar con intención de matarle, pero de nuevo no se atrevieron por miedo al Bezudo, que andaba libre.

          El día 12 de diciembre de 1474, en Madrid, falleció Enrique IV a los 49 años, 11 meses y 11 días. Había reinado 22 años “sin que en ninguno le faltaran amarguras porque las cercanías del desdichado Soberano eran, en lo político, un avispero de intrigas y un criadero de deslealtades; en lo social, un baldón de ignominia y en lo íntimo, un asco”.

          Antes de morir volvió a jurar que la Beltraneja era su hija “porque el reconocimiento de su sucesión en los Toros de Guisando fue obra del miedo y no de la voluntad del Rey que, a tuerto o a derecho siempre creyó en su legitimidad.

          También había fallecido don Pedro Pacheco, marqués de Villena y maestre de Santiago, sucediéndole en todos sus títulos su hijo don Pedro López Pacheco.

          El 23 de enero de 1475, en la iglesia de Santa María de Almocovara, tomó el hábito de la Orden de Alcántara don Juan de Zúñiga y Pimentel con la asistencia de sus padres los condes de Plasencia, todos sus deudos y amigos, el prior, los comendadores, los caballeros, los freires y los clérigos de la Orden de Alcántara que juraron fidelidad a don Alonso de Monroy y ahora, al saberlo preso, le traicionan.

Tantos llegan que apenas la villa de Alcántara los puede albergar. Ese día privaron de sus dignidades a los miembros de la Orden que seguían fieles a don Alonso y al Electo. Don Juan, elegido maestre de Alcántara en la Sala capitular del Convento, fue recibiendo el homenaje de casi toda la Orden. “Como don Alonso de Monroy está preso en Magacela, se hizo todo con sosiego y paz”.

          Doña Leonor de Pimentel y su esposo don Álvaro de Zúñiga se entregan al partido de doña Juana la Beltraneja y del rey de Portugal a los que quieren coronar como reyes de Castilla y de León y así realizar todas sus ambiciones, pues don Álvaro se ha convertido en el caballero más principal del Reino. “El duque de Arévalo, conde de Béjar, señor de Plasencia, don Álvaro de Zúñiga, puesto caso que era ya muy viejo, tenía a Arévalo y su tierra, y tenía a Burgos y el maestrazgo de Alcántara y poco menos toda la tierra de Extremadura y todas sus tierras y señoríos y otras cosas, harto bien pacificadas y a su servicio y mandar. Y no es duda estar el mayor de los caballeros de Castilla con lo susodicho y con sus hijos y parientes (Bernáldez)”.

          Los príncipes Isabel y Fernando piden otra vez a Francisco de Solís, el Electo, que suelte a don Alonso de Monroy, pero se niega. Le piden también que haga algunas entradas en Portugal para que su Rey, que estaba en Plasencia casándose con la Beltraneja y proyectaba llegar hasta Burgos, se retirara de Castilla. Después de tomar una fortaleza portuguesa llamada Uguela e intentar defenderla, cayó herido del caballo y un soldado que había sido de don Alonso, de un tajo le cortó la cabeza. Muerto el Electo, don Juan de Sotomayor, que se titulaba “clavero electo” acordó con don Alonso su libertad a cambio de Magacela. Hecho el trato, don Alonso salió en libertad y se unió a los que seguían a don Fernando y a doña Isabel, que eran ya muchos.

          Libre, fue a Montánchez a juntar caballos y peones y partió a la Sierra de Gata donde tomó la fortaleza de Almenara. En tierra de Plasencia, Casas de Millán y Serradilla y, de allí a Deleitosa, que era de su hermano don Fernando de Monroy. Doña Leonor tuvo noticia de estas derrotas y de que don Fernando y doña Isabel envían cartas a don Alonso consignando: “Al honrado don Alonso, maestre de Alcántara” en las que hace alabanza de él e invita a los comendadores, freires y caballeros de la Orden de Alcántara a que le acaten y nieguen su ayuda y obediencia a don Juan de Zúñiga.

          Don Alonso ha tomado por armas la ciudad de Trujillo defendida por Juan Ternero al que el Bezudo cortó la cabeza de un mandoble. Los defensores se retrajeron al castillo. Aquí puso el Maestre la voz de los Reyes Católicos y quedó Luis de Chaves por guarda de la ciudad. A continuación, se metió en Portugal y tomó varios lugares, entre ellos Alegrete, donde hizo gran mortandad y consiguió gran botín de dineros, bastimentos de guerra y boca. El rey de Portugal manda 1.000 de a caballo y 5.000 infantes como ayuda, pero no consiguen nada.

          Doña Leonor y la condesa de Medellín, pensando que don Alonso seguía en Alegrete, enviaron 1200 jinetes sobre Trujillo, que logran entrar y cercan en sus casas a don Luis de Chaves.

Don Alonso les hace creer que tardará veinte días a llegar, pero está en Montánchez y esa misma noche llegó a Trujillo con su gente, escalaron la muralla, abrieron una puerta y por allí entró el Maestre y los suyos y los desbarataron. Los más murieron porque estaban en sus camas y otros no tenían las armas, excepto los que vigilaban la casa de don Luis de Chaves. Don Alonso volvió a  Montánchez.

Muralla de Trujillo

          Don Alonso de Monroy, ya libre, había arrebatado Trujillo a los soldados de la duquesa doña Leonor y de la condesa doña Beatriz y la puso en manos de Luis de Chaves, en servicio de los Reyes Católicos. Luego volvió a Portugal para hacer de las suyas desde Alegrete. Desde aquí, don 200 peones y 300 jinetes, desbarató otro ejército de 2.000 peones y 500 de a caballo que mandó el rey de Portugal desde Olivenza. Estas derrotas, sumadas a las de Toro y otras en Castilla, le obligaron, avergonzado y entristecido, a salir de Castilla.

          Pero el hijo del rey de Portugal siguió atacando Alpedrete durante dos años. Don Alonso de Monroy pidió ayuda a la Reina, pero esta se negó “porque la guerra con los portugueses casi que era acabada”, en vista de cual los sitiados salieron con sus banderas altas por medio de los portugueses, diciendo: ¡Castilla! ¡Castilla! Aunque don Alonso no se explica la actitud de doña Isabel, continuará a su servicio.

Doña Isabel sigue intentando pacificar Extremadura, donde se han rebelado don Alonso de Monroy que se siente traicionado al reconocer la Reina a don Juan de Zúñiga como maestre de la Orden de Alcántara, y la condesa de Medellín por negarla Mérida, así como conseguir las paces con Portugal, aunque su Rey considera deshonroso dejar la empresa de Castilla.

          En los tratos se reconoce a doña Isabel como reina de Castilla y la Beltraneja eligió entrar en un convento. Una de las cláusulas del contrato será:

          Que la Reina perdonase al Clavero (don Alonso de Monroy) y a la condesa de Medellín doña Beatriz Pacheco, que no podrían ser acogidos en Portugal para hacer guerra.

          Quedó firmado el tratado el 30 de septiembre de 1479 en Trujillo.

Al principio, don Alonso se niega a dejar las armas mientras no se le reconozca como Maestre de Alcántara pero, por mediación de su deudo y amigo fray Juan de la Puebla, de Guadalupe, antiguo conde de Belalcázar, se avino a cambio del maestrazgo, a lo siguiente:

Que le reconozcan la dignidad de Clavero de la Orden.

La tenencia y beneficios de Azagala, que ascendían a 150.000 maravedís al año.

Participación en las rentas de la mesa maestral.

Prometió nunca más subir a caballo “en son de valentías”.

Cumplió su promesa hasta que murió en 1511 y fue enterrado en el convento de Alcántara.

Aun así, se seguía considerando Maestre según una anécdota de 1509: Don Fernando cazaba cerca de Azagala y don Alonso fue a cumplimentarle. Hincó la rodilla y besó la mano al Rey. “Alzad, Clavero, dice el Rey”. Don Alonso continúa de hinojos. Don Fernando comprendió y dijo: “Alzad, Maestre”. Entonces, se levantó, pidió la venia para retirarse, besó la mano del Rey, subió al caballo y se fue.

La Orden de Alcántara. Los Zúñiga Pimentel

El 26 de enero de 1483, don Juan de Zúñiga, ya crecido, empieza a intervenir en los asuntos de la Orden de Alcántara que habían estado en manos de su padre don Álvaro, de su madre doña Leonor y de su servidor don Diego de Jerez. Marchó a la guerra de Granada y con el maestre de Santiago, don Alonso de Cárdenas, hicieron cosas notables. También fueron señalados por su valentía don Francisco y don Pedro de Zúñiga, hijos del duque don Álvaro y de su primera mujer, don Rodrigo Ponce de León, marqués de Cádiz, don Gutierre de Sotomayor, conde de Belalcázar, que fue herido con una saeta envenenada y murió, el Bezudo con sus hazañas y cómo Juan de Vera, enviado a Granada como embajador, hirió en la cabeza a un moro Bencerraje por una blasfemia contra la Virgen María, por lo que el rey don Fernando se lo agradeció y le dio mercedes.

Caballeros de la Orden de Santiago y de Alcántara

Los duques de Plasencia acordaron, en Béjar, que don Juan administrase su Casa, saliendo este de nuevo a Andalucía a luchar contra los moros.

El 31 de marzo de 1486 murió doña Leonor de Pimentel a la edad de 40 años, nombrando albaceas de su testamento a don Diego de Jerez y a su contador don Vasco Yáñez de Jerez.

Fallecida la duquesa, don Álvaro vuelve a encomendar la gobernación de su casa y estado a don Diego de Jerez, quitándosela a su hijo el Maestre. Don Juan jura vengarse y matar a don Diego, cosa que intentó en Béjar: “Después de fallecida la Duquesa, estando yo en la villa de Béjar, en vida del Duque…, yendo de noche de palacio a mi posada, el 30 de junio de 1487, a pie y acompañado de algunos criados…, llegando a mitad de la plaza, salieron a mí seis escuderos… del señor maestre don Juan de Zúñiga… y traían debajo de sus capas sus espadas desenvainadas. Y en llegando en mi… comenzaron a meter en mí las espadas… Y yo escapé de allí herido… y volvime a palacio… Y allí curaron de mí. Y estuve asaz días bien trabajado y aun peligroso de las heridas que de allí llevé”.

El 10 de junio de 1988, murió del Álvaro de Zúñiga, duque de Plasencia y señor de Béjar. Su nieto don Álvaro II tomó posesión de Plasencia, pero quien manda allí es don Juan, el maestre de Alcántara, que la tiene por suya, hasta el punto de que ordenó celebrar en la iglesia de Santa Ana el Capítulo General de la Orden, lo que suponía un grave desafuero porque Plasencia no pertenecía a la Orden.

Los duques fueron enterrados en la Capilla mayor de la Catedral de Plasencia, como dijeron en su testamento, a la espera de ser trasladados al convento de San Vicente que ellos estaban construyendo junto a su palacio. Pero este traslado no se llegó a efectuar y, un siglo más tarde, con la construcción de la nueva Catedral, eliminaron esa capilla para construir el nuevo coro y desaparecieron sus restos.

Plasencia. Catedral

Los placentinos, cansados del señorío, de las arbitrariedades y las discordias de los Zúñigas, hicieron una conjura. El heredero don Álvaro está en la Corte pidiendo justicia contra sus tíos, pero los Reyes aguantan mal las discordias entre sus vasallos. Don Francisco de Zúñiga, señor de Mirabel, cuarto hijo de don Álvaro se une a los conjurados:

Don Francisco de Carvajal, señor de Torrejón (el Rubio).

Don Gutierre de Carvajal, su hermano.

Don Hernando de Carvajal, su deudo, el de la Puerta de Berrozana.

Garci López de Carvajal.

Don Sancho de Carvajal, arcediano.

Otros Carvajales de Extremadura, en especial de Cáceres.

Si los Reyes aceptaban la conjura, alzarían la voz por los reyes de Castilla. El de la Berrozana habló con los Reyes, que aceptaron y prometieron ayuda y recompensas.

El 18 de octubre de 1488, desde la ermita de Fuentidueñas, caballeros y labriegos, atacaron la ciudad a medianoche, rompieron con hachas la puerta de Trujillo y entraron los de a caballo. Los conjurados salieron de sus casas y aquella noche tomaron gran parte de la ciudad apellidando la voz de los Reyes: ¡Plasencia, Plasencia por los reyes don Fernando y doña Isabel!

Los seguidores de los Zúñigas, buenos soldados, gritan:

¡Plasencia, Plasencia por el duque don Álvaro de Zúñiga!

 

Solo envainaron la espada en la presencia de Dios (tradición eucarística). “Don Diego de Lobera, en Santa María, puso el Santísimo Sacramento en la custodia y organizó una procesión eucarística. Entra en la Plaza donde no decrece el fragor de la pelea. Entre los mil aullidos del combate, alza en sus manos la Sagrada Hostia y, en un momento, cien caballeros le rodean y le sirven de escolta y se hace el silencio.

Corpus en Plasencia

Los héroes de uno y otro bando rinden las lanzas en señal de acatamiento. ¡La paz sea con vosotros!… exclama. Cedan las batallas… Millares de bocas vocearon: ¡Plasencia por Jesús Sacramentado!”.

Fatigada y maltrecha la gente del Duque capituló pidiendo condiciones. Los que guarnecían la fortaleza ni asistieron a la procesión ni capitularon, por lo que se la puso sitio.

La noticia del levantamiento llegó a don Juan de Zúñiga, que estaba en Béjar. Pensando que sería una simple algarada, se dirigió a Plasencia con algunos de a caballo, pero don Juan de Sande que estaba vigilante, le tendió una celada y le apresó. Preso el Maestre, se entregó la fortaleza.

El 20 de octubre de 1488, cuando llegó el rey don Fernando, ya estaba pacífica y segura en manos de los Carvajales.

El Rey entra en Plasencia por la puerta de Trujillo y se fue a la catedral. A la puerta de Santa María, don Diego de Jerez ante todo el pueblo y los acompañantes del Rey le pregunta si jura guardar y defender sus fueros, privilegios, usos y costumbres. “Sí juro”, contestó don Fernando. Los placentinos le hicieron homenaje como rey de Castilla y señor de la Ciudad.

Don Juan de Zúñiga obtuvo la libertad bajo condición de no entrometerse más en las cosas de Plasencia. Don Álvaro II de Zúñiga, cuando volvió de la Corte, halló enajenada de su poderío la Ciudad. A cambio, los Reyes le dieron el título de Duque de Béjar y se avino a todo por temor a perder todo su patrimonio.

Escudo del duque de Béjar

Desde entonces, Plasencia no volvió a pertenecer a ningún señorío particular ni salió de la Corona y el 20 de diciembre de 1488, los reyes doña Isabel y don Fernando dieron en Valladolid una “Real Carta de la incorporación de Plasencia a la Corona”.

El 18 de diciembre de 1491, el rey Católico Fernando II de Aragón consiguió del Papa Alejandro VI la concesión del título de Gran Maestre de la Orden de Alcántara con carácter vitalicio. Entonces, los territorios de los alcantarinos abarcaban parte de la actual provincia de Cáceres en su límite con Portugal, las estribaciones de la Sierra de Gata y gran parte de la zona oriental de la provincia de Badajoz (la comarca de La Serena). Una extensión aproximada de 7000 km², sin incluir algunas posesiones aisladas en Andalucía y Castilla. (Wikipedia)

No esperaron las Reyes al fallecimiento de don Juan de Zúñiga para hacerse con este maestrazgo, como sí hicieron con los de Calatrava y Santiago. Abiertas las negociaciones entre las dos partes, los Reyes aceptan la resignación de don Juan del maestrazgo de la Orden de Alcántara y promesa de darle todo favor y ayuda como fiel servidor, a cambio de los siguiente:

“Reserva de la administración y las rentas del partido de La Serena, la dependencia inmediata del papa y un millón de renta por el partido de Alcántara. Además, preveía poder recibir las sagradas órdenes y disfrutar de dignidades eclesiásticas, así como dispensa de simonía”.

Don Juan de Zúñiga

Juan de Zúñiga y Pimentel fundó en 1494 en Villanueva de la Serena (Badajoz), el monasterio de San Benito, también conocido como palacio prioral, donde se recogió con tres frailes y tres caballeros de su orden y profesó, recibiendo del papa las mismas inmunidades que tenía el convento de Alcántara.​

Hizo construir en 1496 su palacio en Zalamea de la Serena (Badajoz), adosado en el flanco occidental del castillo existente. Don Juan era muy erudito y gran mecenas, rodeado de eminentes personajes de su época, gran amigo del humanista Elio Antonio de Nebrija, quien pasó algunos años en Zalamea, donde Nebrija escribió la primera gramática castellana, gramática latina, diccionario de derecho civil, diccionario castellano y con quien celebraba coloquios en su palacio de Zalamea. Su palacio en Zalamea de la Serena se convirtió en la primera "Corte Literaria de Castilla".

Miniatura con don Juan de Zúñiga y Nebrija en su Academia

     Los intelectuales áulicos eran Elio Antonio de Nebrija, su maestro, frey Marcelo de Nebrija (hijo de Elio Antonio), comendador de la Puebla, el rabino Abraham Zacuto, astrólogo, Hernán Núñez, poeta, frey Alonso de Torres y Tapia, cronista de la Orden de Alcántara, frey Gutierre de Trejo, jurista, Alonso Gómez de Soria, alcaide de la fortaleza de Alcántara, Juan González de Parra, médico, Abasurto, judío astrólogo, Solórzano, músico, David de Castro, contador.

Placa en Zalamea de la Serena (Badajoz)

Don Juan de Zúñiga y Pimentel es autor de la obra “Historia de los Reyes Godos y de las Órdenes Militares”. Hizo concluir por sus escribanos y miniadores el manuscrito “Libro de las Horas de los Zúñiga”, compuesto por su bisabuelo Diego López de Zúñiga en 1390.

Don Juan de Zúñiga y Pimentel poseyó una prebenda de la catedral de Burgos. Al fallecimiento de Diego Hurtado de Mendoza, arzobispo de Sevilla y primado de España el 12 de septiembre de 1502, fue nombrado por los Reyes Católicos en octubre de 1502 arzobispo de Sevilla y confirmado por bula del papa Julio II de 5 de mayo de 1503. Meses más tarde a instancias de los Reyes Católicos le concedió el papa Julio II el capelo cardenalicio, con el título de Santos Nereo y Aquileo, por bula del 29 de noviembre de 1503. Juan de Zúñiga tomó posesión del arzobispado de Sevilla por procuración el 18 de enero de 1504. A principios del mes de junio de 1504 hizo su entrada solemne en la catedral de Sevilla, deteniéndose en la ciudad pocos días y saliendo de ella el 17 de julio para pasar a la Corte.​

Falleció cerca de Guadalupe el 27 de julio de 1504 viniendo de Sevilla, en la granja de Mirabel del monasterio de Guadalupe, Cáceres, Extremadura.

Su cuerpo fue depositado temporalmente en la iglesia de Santa Catalina del monasterio de Guadalupe.

Sus restos fueron trasladados en 1533 por su sobrino el fraile dominico Juan Álvarez de Toledo, entonces obispo de Córdoba, al convento de San Vicente Ferrer en Plasencia, donde fue sepultado en medio del crucero y capilla mayor de la Iglesia. Sobre su sepultura se puso pendiente de la bóveda de la iglesia su capelo de cardenal, que ha permanecido allí hasta bien entrado el siglo XX, cuando por unas obras de restauración, al descolgarlo, se deshizo literalmente.


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