miércoles, 22 de enero de 2025

Águila y niño

 

LA NUNCA OLVIDADA HISTORIA DEL ÁGUILA DE CASAS DEL MANCO

        La casa de la finca Casas del Manco, a 5 km de Plasencia, está situada en lo alto de un cerro, a una altitud de 421 metros sobre el nivel del mar y desde el que se divisa una gran extensión de terreno, tanto hacia la Sierra de Berenguer (Sierra del Merengue como la llaman algunos erróneamente) como hacia la enorme campiña donde se encuentran Carcaboso, Montehermoso y Valdeobispo. Nuestro padre decía que la deberían haber llamado La Atalaya.

Vista panorámica desde la casa.

     La finca es una dehesa típica extremeña, poblada de encinares y dedicada a pastos para el ganado: vacas, ovejas, cabras y algunos cerdos y gallinas y en la que abunda la caza menor: perdices, liebres y conejos.

       Es por esto por lo que abundan también las aves rapaces. Se ven con frecuencia milanos, aguiluchos, alcotanes y otros similares que se alimentan de pequeños animales silvestres, incluyendo reptiles e insectos.

       Pero muy pocas veces he observado grandes rapaces buscando presas entre el ganado, quizá debido a la proximidad de Plasencia o a la vigilancia de los ganaderos, a excepción, claro está, de los buitres que se acercan cuando detectan un animal muerto que no ha sido recogido por su dueño y de las cigüeñas, que también se comen cualquier pequeño animal que atrapen, por lo que entre algunos científicos también entran en la categoría de rapaces.

       Por esta razón es por lo que la historia que voy a contar me resultó extraña en su momento y no la he olvidado desde entonces.

El caserío de Casas del Manco en la actualidad.

     Estábamos pasando una temporada en la finca toda la familia, padres, hijos y algún sobrino, como solíamos hacer a menudo en épocas de vacaciones. Y era muy corriente salir de la casa para jugar y correr por la pequeña explanada que había frente a ella, rodeada de yucas, generalmente en grupo pero también muchas veces solos.

       Una de esas veces que salía yo de la casa para jugar en la calle, vi que al fondo de la explanada estaba mi hermano Chago. Me extrañó un poco porque era muy pequeño. Era el menor de los hermanos y debía de tener unos cinco o seis años. Pero, pasado el primer momento, se me ocurrió acercarme a él para jugar y para ver qué estaba haciendo. Di unos primeros pasos medio saltando y llamándole en voz alta: ¡Chaguete!, que era como le llamábamos entonces.

       En ese momento sentí como un movimiento brusco del aire encima de mí y acto seguido apareció, delante de mí un águila enorme como a cuatro o cinco metros de altura, a toda velocidad y en dirección al niño y que en ese momento empezaba a revolotear con las alas para elevarse y perderse en el espacio.

       Me quedé blanco y, asustado, corrí hacia donde estaba y me lo llevé a la casa. Yo tendría entonces trece o catorce años y el susto me paralizó tanto que no fui capaz de contarlo. No se lo he contado a nadie desde entonces, primero por el miedo que me daba y más tarde porque no hubo ocasión para hacerlo.

       El águila, de una envergadura enorme, como de tres o cuatro metros, debía de venir planeando derecho hacia Chago y, al salir yo saltando y dando voces reaccionó y comenzó a aletear para levantar el vuelo, con lo que se le abortó la caza. Tuvo que aletear con mucha fuerza porque noté enseguida la presión del aire sobre mí, bum, antes incluso de verla.

       He intentado varias veces escribir este recuerdo para darlo a conocer, pero no he sido capaz. No encontraba la forma de empezar. Se conoce que mi cerebro ha estado rechazando hasta ahora este recuerdo y no me salían las palabras, al tiempo que a los pocos minutos me venía un malestar que me obligaba a dejarlo para otra ocasión. Ahora, no sé por qué, no he tenido dificultad para escribirlo y me alegro, porque es uno de los recuerdos que quería compartir y no sabía como hacerlo. ¡Labor cumplida!

       Algunos años después, viviendo yo ya en Plasencia, desapareció un niño en las inmediaciones de la finca, e incluso se encontraron rastros de él en ella. En una redada que hice yo con el guarda, Santiago, encontramos un pantalón de niño en el campo y lo entregamos a la Guardia Civil, pero no sé si era de él o no. Hubo toda clase de especulaciones: desde que alguien lo había raptado o matado, a que una alimaña se lo hubiera llevado, pero lo cierto es que el niño no apareció. No se me ocurrió relacionar esta desgracia con mi aventura, pero pensándolo ahora, podría ser una posibilidad más entre todas las barajadas.

       Ya me he quitado la espina que tenía clavada desde hace tanto tiempo y, aunque no lo llegue a olvidar, contando las cosas parece que al compartirlas se hacen más ligeras. Y, desde luego, no volví a ver nunca un águila tan enorme en este lugar.

Aquí, ya más mayorcitos, junto al lugar del susto. Chago, el más pequeño.

Otra escena familiar junto a donde estaba Chago.

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